Cada vez que pienso en el tiempo que estuve contemplando los hermosos zapatos color bordeaux que me llamaban tentadores desde la vidriera de “Ecco-Shoes”, la zapatería más coqueta de Flores, menos comprendo qué me sucedía con ellos cuando luego de “muchas miradas”, “muchos arrepentimientos”, ”muchas vacilaciones” me decidí a comprarlos.
Me los probé varias veces, pero vacilaba por el precio. Me calzaban perfectos como un guante (también, con lo que costaban).
En la primera oportunidad “coqueta” que tuve, que era la celebración del Día del maestro me los puse, y con la cartera haciendo juego me encaminé a la escuela.
Cuando llegué, Gabriela Martínez se me acercó “con un regalito” y un “feliz día seño”. En ese preciso momento, los zapatos comenzaron a dolerme y a oprimirme como si fuesen tres números menos.
Yo siempre detesté los regalos del Día del maestro en donde se establecen “diferencias”, los niños que nada traen se quedan mirándote y te dicen “Yo se lo traigo mañana, señorita” y una se deshace explicándoles que no quiere regalos, que desea sólo un beso o “ese papelito especial” donde quizá nos escriben “Seño ciero desirle que la hamo con todo mi corason”.
Como decía, los zapatos se pusieron insoportables.
Volví a casa casi tambaleándome sobre los tremendos tacos, y al hacerlo tan lentamente, vino a mi memoria un recuerdo de un lejano “día del maestro” del año cincuenta y dos, en que cursaba cuarto grado (que ahora es quinto) con la señorita Inés Rodó.
Como siempre, en casa vivíamos con grandes privaciones, mamá hacía “juegos malabares” para poder sacar la casa adelante junto con tío Luis.
Recién comenzaban a salir las “medias de cristal” cuyo precio era prohibitivo.
Mamá se fue hasta Flores y regresó con un precioso par, marca Christian Dior. Recuerdo como si fuese hoy el envase plateado en el borde, y el centro, donde también en plateado, se leía el nombre en letra cursiva.
Estaba contentísima, y mostrándome las medias me decía - ¡Mirá qué hermosas!, ¡cómo me gustaría tenerlas!, te las compré para la señorita.
Yo las miraba y no podía creerlo ¡eran bellísimas!, y en mi inconsciencia infantil pensaba cómo le iban a gustar a la maestra, olvidándome de lo bellas que le quedarían a mamá en sus hermosísimas piernas.
Al día siguiente muy oronda aparecí en la escuela con el paquete primoroso, con la tarjetita que mamá me había hecho escribir “con muy buena letra”.
Llegó la señorita Inés y todas nos pusimos de pie para entregarle el regalo. Dentro de todo ese movimiento se adelantó Marta Morandi, cuyo padre tenía fábrica de zapatos y por tal motivo no había santo, cumpleaños, etc. de las monjas o de las maestras, en que ella no se apareciera con una caja.
Se acercó a la Señorita Inés y nosotras nos quedamos mirando, con nuestros paquetes en la mano, mientras ella muy oronda, a pesar de su corta estatura, nos contemplaba al resto como desde un pedestal.
La maestra abrió la caja y sacó un par de zapatos color bordeaux. ¡Las exclamaciones que hizo!, se puso los zapatos, caminó, se miró, volvió a caminar y no cesaba de agradecerle a Marta el obsequio.
Entre tantas pruebas, desfiles y alabanzas se pasó la hora y tocó el timbre del recreo.
Nosotras seguíamos “en fila” con nuestros paquetitos en la mano.
Entonces, la señorita los agarró a todos juntos, los metió dentro un bolso, nos dijo “gracias chicas” y salió.
Volví a casa, como en ese momento de años después, tambaleándome, ¿qué iba a decirle a mamá?.
Cuando abrí la puerta, ella, ilusionadísima, me preguntó -¿Y, nena?, ¿Qué dijo la señorita?, ¿Le gustaron?.
- ¡Ay sí mamá!- le respondí -¡estaba felicísima!, las miró, te agradeció, las alabó y me besó.
Mamá me miraba contentísima y me respondió - y claro, ¡eran tan hermosas!, cómo me hubiese gustado tener unas para mí.
¿Con qué cara podría haberle dicho que la maestra ni siguiera se había dignado abrir el paquete y mirar sus preciosas medias?.
Muchos años después, en mil novecientos sesenta y nueve, yo era instructora de Ciencias Naturales en un curso para docentes en una escuela de Merlo.
Tenía alrededor de cien alumnas en el grupo y hete aquí que observando a una, me pareció reconocerla y le pregunté en voz alta - ¿Vos te llamás Inés Rodó? - Me respondió – Sí, ¿me conocés?.
- Si - le dije - vos fuiste mi maestra de cuarto grado.
Todas comenzaron a hacerle bromas sobre lo vieja que era. En ese momento tendría unos cuarenta años.
-¿Ah sí? - me respondió - ¿cómo te llamás?.
Le dije mi nombre y me contestó (como lamentándolo) - no, no recuerdo tu nombre.
- ¿Y de Marta Morandi te acordás?.
- Ah, sí, de Marta Morandi me acuerdo.
- Claro - le respondí - es porque ella te regalaba zapatos.
En el intermedio la invité a tomar un café ¡cómo lloraba esa mujer!, se preguntaba cuánto había sido el daño que me había hecho para que lo recordara de esa forma.
Yo le respondí -¿tenés una idea de con qué cara yo le dije a mi mamá que a vos te habían fascinado sus medias?. Yo tuve la oportunidad de decírtelo y si aún seguís igual te doy la oportunidad de cambiar, pero ¿te das una idea de cuántas chicas que “hacían cola” con su regalo, pueden aún recordar “la tirada dentro del bolso” ?.
Tiempo después, el recolector de residuos no debe haber entendido nada cuando encontró un par de zapatos bordeaux, sin uso, impecables, en el tacho de basura. Seguramente pensaría que eran los zapatos de un muerto... y sí, finalmente yo había podido sepultar, muchos años después, mis zapatos de tacos altos y las medias de cristal “Christian Dior” de mamá.
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