Levantó muy despacio su pierna derecha para que no la escuchara. El viento frío de la madrugada daba de lleno en su rostro endurecido por el odio reciente. Bajó la extremidad concentrando el peso de su rechoncho cuerpo en la punta de la zapatilla. Entonces el inconcluso semicírculo se detuvo en un golpe seco entre las costillas del vagabundo. Se escucho un gemido estridente, pero seco y perdido en el silencio del amanecer. Apenas en el cielo podía preverse que se hacía de día por la sangre derramada entre las nubes. La mujer volvió a alzar su pie y nuevamente pateó al pequeño bulto que se encontraba acurrucado delante de su puerta. Reiteró obstinada el golpe pero esta vez le dio en el lomo del animal, y gritando le dijo:
- Animal de mierda! Anda a dormir a la plaza, y ya no vuelvas más por acá.
La señora Hauffman emanaba como un humo blanco de su boca cuando le gritaba.
Y ahora estaba expectante y dispuesta a seguir dándole duros incapiés hasta echarlo de su morada. Pero el Picho adivinando quizás lo que estaba pensando la señora, levantó su cabeza del felpudo y se alejó adolorido antes de que recibiese otra patada.
Hacía casi un mes que la señora Hauffman salía poco antes del amanecer para echar al Picho. Un día le arrojaba un balde con agua fría, al otro lo pateaba, sino lo empujaba con la escoba o lo escupía. Quería que se fuese de una vez por todas y la dejara en paz. Pero el perro seguía insistiendo sin entender bien que es lo que pasaba, o porque lo trataban de esa manera.
La señora Hauffman vio como el perro se iba con la cabeza casi en el piso, ya con el sol entibiándole el cuerpo. Recordó la mujer en ese momento cuando la Bola de Pelo llegó por primera vez a su casa de Ramos Mejía.
Ana María estaba preparando el almuerzo, cuando sintió los agudos ladridos del animal. Luego de voltear su cabeza, y con un mechón rubio tapándole un ojo, vio como se acercaba corriendo la Bola de Pelo.
-Podemos quedárnoslo mamá? Preguntó su hija Verónica parada frente a la puerta con los ojos negros más brillantes que de costumbre.
-Es un perro pekinés. Habló el padre de la niña, y luego agregó: me lo dieron como parte de pago por un trabajo que hice hoy, y le guiño el ojo a su hija.
-No te parece que sería un bonito regalo que le podríamos hacer a Vero? Le dijo a la señora Hauffman, de manera algo insistente.
-No se... Es que...
-Mamá! Dicen que eran los perros de los príncipes chinos, y todo el tiempo estás diciéndome que soy una princesa.
Luego de decir esto la niña se agachó juntando sus piernas en las rodillas, tomó al animalito poniéndolo al lado de sus mejillas y volvió a hablar de la manera más dulce que pudo.
-Dice que le agradas mamá. Mira te está sonriendo a ti.
Ana María mientras daba vuelta las milanesas, veía la sonrisa; pero no precisamente en la Bola de Pelo, sino en los rosados labios de su hija.
Que maravilloso es ese brillo que tienen los niños, se dijo a si misma, y luego se preguntó porque será que lo pierden tan deprisa para convertirse en adultos.
-Se queda entonces? Interrumpió el silencio el papá de Vero, viendo que su esposa estaba atontada por la felicidad que veía en su hija.
-Bueno... Si...
-Gracias mamá! Le dijo Vero.
-Pero tu lo cuidarás y te encargarás de sus necesidades. Dijo la madre, como era de esperarse. Solo le faltó referirse al lobo que quería ser domesticado en "El principito", para ser mas cursi aún.
La niña de quince años meneando la cabeza de arriba a abajo le contestó a su madre.
La Bola de Pelo como entendiendo la situación se alejó de los pies de Vero y fue al encuentro de la señora Hauffman. Ella lo tomó entre sus manos y le acarició la cabeza. Luego ambos entre lengüetazos y el rítmico vaivén de la cola del perro, se supieron mutuamente aceptados.
-Mamá! Ponlo otra vez en el piso. Dijo algo celosa Vero.
-Ve. Ve con Verónica.
-Ven. Ven con Vero. Llamó la niña al animalito.
La Bola de Pelo obedeció, pero en la corta distancia que separaba a la madre de su hija, no pudo evitar su instinto y orinó en el suelo.
-A eso me refería antes Vero, ahí tienes tu primer trabajito. Habló la señora Hauffman a su hija, mientras había agarrado la bandeja de las milanesas y las llevaba hacia la mesa.
Las lágrimas que se escurrían delgadas por la cara de Ana María Hauffman, lavaron el recuerdo de Vero. Se pasó la mano por el rostro para secárselo a medias. Se había dicho que intentaría no llorar más, pero no lo podía evitar. Haber perdido a su hija en ese estúpido accidente, era algo que no se podía comparar con nada. Su alma se desangraba de a poco por sus ojos, dejándola seca por dentro, creando el más profundo y oscuro vacío.
Y ahí estaba el Picho, cada vez que habría la puerta para traerle el recuerdo de su hija. Se aparecía por las mañanas a esperar que Vero saliese con la Bola de Pelo a jugar.
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