Después de un mes largo de arresto domiciliario por enfermedad, por fin he podido salir a la calle. Mi primera escapada, entiendo a los que piensen que decepcionante, ha sido a Carrefour. Agravante añadido: no tengo que comprar nada. Paseo por el pasillo de congelados con las manos en los bolsillos como un turista perdido y me acuerdo de la peculiar teoría de mi amiga Giova.
Siempre me ha hecho gracia que prefiera mil veces las pesadillas a los sueños maravillosos, inesperados y seductores. Según su teoría, cuando despierta de una pesadilla la realidad y el amable hábito le reconfortan como un chocolate caliente. El despertador en la mesilla, el libro abierto por la página exacta que leyó la noche anterior y la respiración acompasada de su pareja que todavía duerme se bastan para conjurar en un segundo al monstruo de su pesadilla, por más terrible que éste fuera.
Sin embargo, si el sueño ha sido cálido o mágico o las dos cosas a la vez, que en los sueños todo vale, se despierta con una tristeza que no consigue despegarse de la piel ni con una larga ducha. Las galletas integrales del desayuno tampoco ayudan y la realidad se empeña en permanecer insípida y gris. No es fácil encontrar algún resquicio en los horarios donde contar su sueño y durante toda la mañana las conversaciones con los compañeros de trabajo le parecen aburridas y prescindibles. Si el sueño ha sido bueno el efecto se puede alargar hasta la hora de comer.
Ahora estoy en el pasillo de Bestsellers, todo es Bucay y Cohelho con sus infalibles fórmulas para ser feliz, y en sólo seis semanas. “Gente Tóxica. Las personas que nos complican la vida.” Aprieto el paso, esquivo con éxito esos dardos envenenados de autoayuda. Tiene razón Giova, son más rentables las pesadillas. Tal vez, por eso estoy en Carrefour, porque necesitaba con urgencia una pesadilla. No me cuesta ningún trabajo imaginarme paseando para siempre por estos pasillos, mirando camisetas de oferta que nunca voy a comprar, esperando que sea la hora de que los niños salgan de baloncesto, o que terminen de lavarme el coche, o simplemente esperando que llegue la hora de comer. Para siempre empujando un carro en Carrefour.
Tengo mi pesadilla. Ya puedo volver a casa y soñar con mi chocolate caliente. |