Ser, latir los instintos de los otros, atrapar el éxtasis sumido entre las manos, danzar en el desfiladero de un estado eterno, fundirse inexplicablemente, rasgando esa cadencia de las aguas, para fluir en el gemido de las pieles. Desvanecerse junto a lo sublime en infinitos seres, acechar la muerte bajo el soplo de un aliento, soñar ante el misterio cedido por los Dioses, intangibles y recónditos, de sumatorias adyacentes. Vivír como una circunstancia atada al tiempo, feroz, inadmisible, vagando en el gestar de sigilosas ruedas cíclicas que no temen desencantos, ascender itinerante bajo el sabor de los espasmos, cruzar la periferia de lo sórdido. Ver, sentir las voces detallando los instantes en una miscelánea de quejidos, permanecer inmune a lo real, salvar el deterioro que subyace inerte, para perpetuarnos vagamente en el espacio.
Ana Cecilia.
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