Despierta…
es hora.
Tu reflejo,
inmóvil,
en el espejo de la habitación,
de borde a borde,
el marco dorado con formas extrañas,
seres debatiéndose en escenas caprichosas,
tentáculos feroces aprisionando cuerpos,
querubines danzando,
jugueteando irónicos ante el dolor.
Ventanas de entramado barroco,
gruesas cortinas a medio cerrar,
hilos purpura gastados,
tejidos en hebras platino de brillo opaco,
luz gris,
y tu rostro reflejado,
quieto,
mudo,
situado impreciso en ese recinto ajeno,
y una briza te llega de escorzo,
en diagonal hacia la puerta entreabierta,
tu imagen en el espejo,
los ojos en ti,
poseída en un hielo invisible,
la garra que te aprieta,
sin sentir,
en el centro de la habitación,
tus labios cerrados,
tu piel cerrada,
a la espera del acto resolutivo.
Una sombra se desliza por la puerta,
te rodea en el espejo,
en tu reflejo.
…ya no estás.
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