Los olvidados todavía acompañan los recuerdos de una vida que jamás he tenido, sé de esas miradas que acompañan mi camino y no me es indiferente el dolor que se reflejan en los ojos de esos desamparados. Tal vez existieron hace mucho o hasta ayer o quizá será mañana en que sus miradas llenen de pesar la humanidad. El frío de las noches y el hambre de las mañanas hacen que vengan siempre a mi mente, las naúseas de las tardes me hacen siempre pensar en las enfermedades que padecen. Mi andar cansino me hace saber que el dolor les persigue por cada sendero que toman y por más que corran el desencanto siempre los acompañará. Todas las tardes aburridas de una ciudad enferma dan ese espíritu de derrota que inspira hasta al más optimista de los poetas, el caos y la inestabilidad de nuestros destinos dan un paisaje soso y taciturno y los pobres sienten que la belleza que poseen está muy cerca de la beldad del rico. Estoy en un país en que la riqueza y la pobreza se sufre de la misma manera. Aquí, no hay nada excelso y todo se mide con la misma vara.

Favor sería el de librarse de toda la intranquilidad que se ve en cada avenida. Las calles de mi distrito agonizan entre la suciedad de su suelo y de quienes lo habitan. Al pasar a través de ella y de ellos pienso si será posible encontrar entre los que me rodean algún pensamiento de hombre, alguno que le haya dado el derecho de vivir en las condiciones en las que están. No lo sé, muchas veces he intentado escudriñar en la mente de los desdichados y siempre he derivado en un auto-psicoanálisis del cuál no he podido jamás salir. La única idea que me ayuda es saber que estoy fuera, en la que el desencanto me posee y del que yo también soy un olvidado. Y aunque suene paradójico, me he dado cuenta que nadie piensa en los olvidados, por eso son olvidados y quien piensa en ellos es porque también lo es.

Alcestes.