Entregó el billete arrugado a la mesera. Asintiendo con la cabeza, se levanto y salió del lugar casi llorando por la angustia que afligía sus grisáceos pensamientos. Una gota resbalaba por su mano y luego otra por su mejilla, estaba lloviendo, lo raro es que a ese lado del hemisferio no llovía en esa época del año, era Noviembre, y estaba por vigésimo séptimo mes solo. Ya se había rendido.

Por cada paso que él daba, más se iba muriendo por dentro y a medida que el mundo giraba, él se mareaba más y más. De pronto todo se nubló y se apagaron las luces.

Al despertar, una enfermera de humilde presencia, le incrustaba en su brazo un aparato de rara apariencia, abrió sus ojos por segunda vez como un parpadeo y vio a un doctor que sentenciaba, frío como un carnicero blandiendo su cuchillo, diciendo: lo lamento, es demasiado grande para sacarlo y esta en el centro del cerebro. Cual pensamiento maligno que se a alojado allí hasta lograr desarrollarlo, cruel y sádico pensamiento.

No concibe lo que le pasa y al salir de la clínica, hace caso omiso de las advertencias del facultativo. No se someterá a tan espantosa erradicación de pensamiento, extirpación radical de temores para poder volver al mundo real, solo quiere descansar lo más tranquilo posible.

Tomó un taxi y se encamino a casa de Carmen, solo para decir adiós. Cual madre acoge los sollozos de su bebé, Carmen abrazo cada lagrimas que broto por sus ojos, cada espasmo de rabia para solo decir “pago tu lealtad con amor” Nunca se pidieron nada más.

De sus casi dos años y medio de sacerdocio, nunca encontró el abrazo de un amigo o el abrigo de una madre, el estaba solo en el mundo. De lo único que se aferro fue de su fe y de la virgen del Carmen, que nunca lo dejo.