Cuántas veces nos sentimos con problemas, ¿no?
Y cuántas veces somos culpables de ello.
Hacemos problemas de situaciones que son muy simples.
No vemos lo que no queremos ver, cosas muy evidentes... pero dolorosas, que preferiríamos que no fueran así.
Que nos dejan un solo camino: justo ese que no queríamos tomar.
Por cobardía.
Por miedo al sufrimiento.
Porque nos avergüenza tanto la idea de tener que admitir que somos humanos y tenemos necesidades, que para no enfrentarlo, nos auto engañamos.
El gran problema es que quien hace eso, generalmente es lo suficientemente listo como para saber exactamente que todo es una cortina de humo.
Y sabe bien cuál es el camino correcto.
Pero no se anima a tomarlo.
Se aferra a ese dicho, tan popular como enfermizo: "más vale malo conocido que bueno por conocer".
Recorta sus ambiciones en pos de una pseudo seguridad, que, si bien no lo hace feliz, tampoco lo hace sufrir.
Y sobrevive.
No vive: sobrevive, aguanta, perdura... transcurre.
Un estado de anestesia general, una drogadicción voluntaria y perniciosa, que le permite eludir, esquivar, soportar un día más.
Y otro... y otro.
Hasta que ya no lo soporta.
Y algo que en realidad era totalmente evidente y predecible, estalla en un instante como una bomba.
Sin sentido, sin lógica aparente.
Y paradójicamente, ve la oscuridad.
Esa oscuridad en la que ya estaba sumergido.
Y se enfrenta una vez más a sus propios fantasmas.
Aun sabiendo que los fantasmas no existen...
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