Ayer vi como caía una hoja. Estuve toda la tarde viendo como caía. Pasaron vehículos, gente, mucha gente. Me di cuenta que era otoño.

Hacía tiempo que no salía a caminar, mucho tiempo. No podía hacerlo estando en esa cama. La gente iba abrigada, pero yo no tenía frío. Nunca he sido amiga de los abrigos o ropas holgadas. Pasó un amigo de la infancia y no me vio. Iba muy preocupado por algo, caminaba deprisa y hablaba por celular. Recordé lo bueno que era cuando uno podía extrañar a la gente. Cuando debía esforzarse por encontrarla.

Camine toda la tarde pero no conseguí avanzar demasiado. Cada vez que podía me detenía a mirar cualquier cosa que me parecía interesante. Nada se veía como antes, los colores, las texturas, era como si fuese todo nuevo.

Luego me acordé. Debía regresar, había salido sin despedirme y podrían preocuparse por mi. Miré por la puerta que estaba abierta, estaban todos, incluso algunos que no venían hace tiempo. No quise interrumpirlos y entré por la ventana. Me subí a la mesa, desde donde tenía una vista privilegiada. De pronto aquellas notas, mi hermana cumpliendo su promesa. Ante el piano tocaba la melodía que inventamos juntas para el día en que alguna de las dos se marchara.

Terminada la melodía, salí de nuevo. Nunca me gustaron los funerales.