En verano era más placentero, porque la mayoría de la gente del barrio solía irse de vacaciones y los negocios aún no habían abierto. Parecía otro mundo, desolado, que en nada se parecía a aquellas bochornosas calles entre ladridos, gritos de niños y bocinazos. Quizás una señora mayor que debía ir hasta el hospital hacía un comentario sobre el clima, y alguna joven con auriculares encarnados en sus orejas que parecían formar parte de su propia piel, asentía con pocas ganas sin saber muy bien de qué le estaba hablando. En esta época era más fácil, no había que pensar en si había que cumplir con el papel de ciudadano correcto y agachando la cabeza como si no hubiera otra opción al respecto, dar el paso a una fila de ancianos y alguna madre con sus niños que revoloteaban sin cesar con los guardapolvos ya sucios sin preocupaciones por el tiempo o el cielo nublado. En estos momentos con suerte sólo le tendría que ceder el paso a dos personas, y ni eso era preocupante, porque por dentro ya sabía que esa decisión no modificaría en nada su estadía, ya que estaba seguro de que sin excepción hallaría un asiento vacío, reservado casi a su nombre.
La pareja de novios, ella parecía algo insegura e irritada cada vez que paraban en la esquina de la casa con toldo, porque ahí mismo subiría una joven con aire de frescura y un perfume que invitaba a seguirla aún sin haber desayunado , con la que sin querer él dejaba su mirada perdida; la señora de anteojos que en otros tiempos se aceleraba sin sentir culpa alguna para conseguir el asiento que nadie podría quitarle, el reservado para las personas más débiles; la mujer sonriente a la cual era inevitable no devolverle una sonrisa un lunes por la mañana, con lo que eso cuesta, y mirar sus ojos claros y cansados en el reflejo de la ventana.
Todos los días las mismas personas se reunían con tanta aplicación que conseguían estar en distintos momentos y con diferentes destinos, pero al fin al cabo allí, lo lograban de un modo tan perfecto que hasta en los amaneceres más raros se notaba la ausencia y una amarga incertidumbre que iba de un cambio de empleo a la quietud del alma.
De pronto recordó que en unas semanas se acabaría esta pausa en los días, y que rápidamente volvería al odio cotidiano de empujones, de indignación por los que simulan dormirse aún en los asientos en reversa, y que esos habituales rostros, volverían a ser solamente eso, solamente rostros conocidos, pero perdidos en alguna parte de sus neuronas que el tiempo iría tachando hasta olvidarlos...como tantas otras veces...