Pasillos estrechos opacos,
el frío de los ladrillos interrumpido por las antorchas,
no recuerdas por que estas ahí,
dando tumbos en el enjambre de caminos abovedados,
tropezando con objetos indefinibles,
sosteniendo la cordura en cada respiración,
arrastrándote buscando una respuesta,
en los salones carentes de propósitos,
desplegándose anchos y vacíos,
sintiendo el eco de tus pisadas,
en esos espacios abandonados,
para luego internarte en otro portal,
hacia la penumbra absoluta.
Solo harapos como vestimenta,
la piel lastimada,
viendo sobre el hombro al escuchar ruidos lejanos,
sed y fatiga de una jornada sin sentido,
y justo cuando te desvaneces una luz en la esquina,
un vértice tintineando,
… y gateas torpe,
reptas como una alimaña desesperada hacia la única salida,
y entonces otro salón y la gran estatua del dios ajeno,
observándote desde el pedestal gigante en el centro,
incólume,
desafiante,
… casi vivo pero muerto.
Arriba un óculo y el haz cayendo sobre el rostro inmutable,
el corazón se te encoje… escuchas un ruido,
tu primera epifanía.
La amnesia desaparece,
buscaste en un lugar insondable,
… solo para encontrarlo.
|