Era hermoso.
Esa solemnidad tan agradable que sólo se puede respirar, percibir, sentir en el lejano Oriente.
Japón nos había sorprendido a mis padres y a mi.
Mucho.
Muchísimo.
Y muy gratamente.
Mi corta edad no me permitía entender por qué tantas personas parecían tener un ritmo tan vertiginoso.
Llevábamos viviendo allí cerca de dos años, desde que asignaron a mi padre a "unamisiónmuyimportantequetúllegarásacomprendercuandocrezcas".
Así me lo repetía mi madre, textualmente, cada vez que yo se lo preguntaba... y fueron muchas!
De alguna forma, ellos también fueron mimetizándose en esa vorágine de idas y venidas apresuradas, corridas y nerviosismo.
Cuando me dijeron que en las vacaciones íbamos a ver a los abuelos, mi corazón casi estalla de alegría: volveríamos al "paisito" (así nombraban ellos a Uruguay).
Y cuando me aclararon que iría yo solo, pregunté por qué.
Y mientras lo preguntaba, mi propia cabecita se encargó de recitar aquella perorata: "unamisiónmuyimportantequetúllegarásacomprendercuandocrezcas".
Debo reconocer que en el aeropuerto no pude contener mis lágrimas, mezcla de alegría y de tristeza.
Pero mi padre se encargó de suavizar las cosas, con una de aquellas bromas que siempre disfrutó tanto hacer a mis costillas.
Extrayendo un papel de su bolsillo, y fingiendo, como sólo él sabía hacerlo, una perplejidad total, exclamó mientras me lo entregaba:
- ¡Hijo! Creo que cometí un gran error... compré un pasaje a Buenos Aires!
Todavía me brota una sonrisa al recordar sus carcajadas, mientras yo, aun temblando, verificaba con atención cada detalle impreso: DATE: 08/04/45 - HIROSHIMA-MONTEVIDEO. |