No hay peor horror que saber que el infierno te entiende. Saber que de alguna manera se mete en tu cuerpo y en tu mente, saber que te conoce mejor que tu madre o tu pareja. Tus sueños, tus esperanzas, tus miedos, tus recuerdos, ¡todo!, el infierno lo conoce todo de ti y lo usará en tu contra cuando llegue tu turno, y tu turno llegará, porque tú y yo ya estamos condenados, la humanidad ya está condenada. Hace ya mucho tiempo, cientos de años, que las puertas del cielo están cerradas, se juntaron sus inquebrantables hojas de acero y oro en el tiempo de las cruzadas, cuando el hombre peleó guerras en nombre de Dios. Y la inamovible viga de ébano y mármol selló para siempre sus sagrados campos cuando la Inquisición, una vez más, persiguió y mató al inocente en el nombre de Dios. Y ahora, ahora toda alma que se libere de su efímero cascarón de carne cae inexorablemente a los abismos eternos del infierno.
No importa quién soy yo, no importa mi nombre ni quién fui. Aún cuando hace ya mucho tiempo que lo olvidé, pero si lo recordara no lo diría de todas formas. Fui uno más de ustedes, viví, comí, soñé… tuve una familia, y también cometí errores. Fui humano y viví mi vida como todos, o eso supongo, ya no recuerdo nada… bueno, casi nada. Sé que en aquella vida que tuve, alguna vez cuando pequeño casi morí ahogado, esa sensación de el agua rodeándome, los pulmones a punto de estallar, la desesperación, el extraño abrazo de la muerte cuando tu cerebro ya no da más sin oxígeno, y entonces lentamente te vas sumiendo en un extraño sueño… hasta que una mano, la mano salvadora, te toma y te levanta, te saca del agua y la muerte ríe, porque sabe que estuviste en sus garras, y aunque escapaste tarde o temprano su mano fría te tomará y te llevará, esta vez para siempre. Pero la sensación quedó, se que el resto de mi vida odié las aguas profundas, aquellas aguas turbias y estancadas donde no sabes que hay debajo ni a que profundidad llega me hacían tiritar y debía alejarme rápidamente del lugar. Aquellas aguas azules y profundas, inquebrantables e insondables, no me atrevía a mirarlas jamás, y si alguna vez hube de pasar cerca de ellas debía girar mi cabeza y debía soportar el mareo de saber que estaban allí hasta que alguien me avisara que ya había pasado. Y lo peor, el mar, con sus aguas turbulentas, sus abismos oscuros y fríos, sus corrientes escondidas, no había cosa que odiara más que el mar, aún lo odio y le temo, porque sabía, tenía la certeza absoluta que si le daba la oportunidad me tomaría de la orilla y me llevaría a descansar a sus profundos abismos, previo todo el sufrimiento que ya una vez de niño había pasado.
No morí ahogado, creo… sin embargo el miedo a las aguas profundas y a ahogarme me siguieron aún tras mi muerte. Y el infierno lo supo, siempre lo sabe. Desperté en un lugar oscuro y húmedo, sin saber que había pasado, no sabía que estaba muerto en aquel momento, no recordaba tampoco ya quién era y sinceramente tampoco me importaba. Un leve resplandor verdoso iluminaba suavemente la habitación como un fuego fatuo, y aunque la llamo habitación no era más que un pequeño recoveco cavado en la piedra negra y viscosa. Un limo verdoso, que era de donde provenía el leve resplandor, resbalaba suavemente por las paredes e impregnaba el suelo con su hedor putrefacto, mis pies desnudos sentían claramente su pegajosa y gelatinosa textura que cada vez que daba un paso pasaba por entre mis dedos. El hedor era casi lo peor, era el hedor dulzón de la muerte, de la más absoluta podredumbre, era como la carne putrefacta y agusanada, como los hongos del bosque machacados y dejados al sol para podrirse, como aguas primigenias estancadas desde el principio de los tiempos, y todo esto mezclado suavemente con el olor salobre del mar. Y digo que el hedor era casi lo peor, porque lo peor era el sonido. Se podía oír tras un pequeño arco de piedra una sinfonía de llantos y gritos, quejidos, estertores infrahumanos. Podía distinguir todos y cada uno de ellos, gritos de pavor, gritos de agonía, llantos de desesperación, llantos de impotencia, llantos de frustración, quejidos de aquel que ya no da más, y los estertores de aquellos que agonizan entre la vida y la inconsciencia. Pero el peor de los sonidos no eran los gritos ni los llantos, era el inconfundible sonido de aguas turbulentas que con su profundo y perenne grito de guerra me helaba hasta lo más profundo de mis huesos. Los chillidos eran escalofriantes, pero aquel sonido hizo que mis rodillas temblaran y cayeran hundiéndose en ese limo infecto. El sonido era profundo y lejano, pero potente, poderoso por sobre todo, como miles de cascadas cayendo al unísono dentro de un cuenco gigante, el cual por su forma amplifica el sonido haciéndolo ronco y descorazonador.
El piso temblaba levemente a mis pies, y yo sabía que era a causa del agua, me juré a mi mismo jamás acercarme, ni siquiera viajar en la dirección de aquel sonido, sino más bien alejarme, y si no era posible, morir entonces en aquella cueva maloliente, pero jamás averiguar que causaba el sonido. Pero el infierno te conoce, y cuando habitas en sus venas rocosas también te controla. Sin darme cuenta mis pasos me llevaron bajo el arco de piedra hacia un pasillo ancho y alto, era desde donde venían primeramente los gritos. Ahora los gritos me rodeaban por todos lados, el pasillo parecía infinito hacia mi derecha y hacia mi izquierda, y también hacia arriba. Las rocas, esta vez secas, que conformaban ambas paredes del pasillo eran iluminadas cada cierto tiempo por una antorcha cuyo fuego rojizo alumbraba escasamente el sector donde se encontraba, y estas antorchas se encontraban a tales distancias entre sí que la mayor parte del pasillo permanecía a oscuras. El sonido provenía claramente de mi izquierda por lo que me propuse caminar hacia mi derecha para alejarme del sonido. Con un vuelco de mi corazón mi pies se giraron hacia la izquierda y comencé mi lento caminar hacia aquellas aguas turbulentas que me oprimían de modo extremo. No sé porque, pero no me asusté tanto al descubrir que no me alejaba, sino que me acercaba, aún cuando sentía el corazón oprimido hasta casi reventar en mi pecho, el lugar era extraño, y los gritos y llantos me rodeaban y creo que eso me ayudó a distraerme un poco del hecho que me acercaba a cada paso a aquél infernal sonido de aguas.
Noté que cada vez que pasaba por las zonas oscuras del pasillo los gritos y llantos se intensificaban, mientras que cada vez que pasaba junto a las antorchas los gritos parecían más lejanos, sobre cada antorcha yacía inmóvil un esqueleto colgado a veces por las muñecas, otras por los tobillos y otras por el cuello, con gruesas cadenas que se perdían en la penumbra más allá del alcance de la luz de las antorchas por sobre mi cabeza. Mi corazón casi se detiene al ver uno de estos cadáveres al cual aún le colgaban grandes pedazos de carne podrida, las otras osamentas estaban ya blanqueadas por el tiempo pero este se notaba mucho más reciente, mis ojos no podían despegarse de sus cuencas, en una de las cuales aún estaba el velado globo ocular del cual chorreaba un pus amarillo y repugnante, el cual corría por su descarnada mejilla, lo miraba embobado mientras mis pies caminaban automáticamente por el pasillo. Súbitamente el esqueleto se sacudió como poseído por un espíritu demoniaco y de su boca impía salió el más terrible alarido que yo jamás haya escuchado, ¿sintió mi presencia? ¿O me vio con su único globo ocular? No lo sé, pero la sangre se me fue a los pies al ver este cadáver roído luchando contra las cadenas mientras un chillido de terror salía de lo que le quedaba de boca, el ojo salió despedido cayendo a un par de pasos de mi, y yo salí corriendo sin pensarlo ni quedarme allí, sin saber ni darme cuenta que así solo aceleraba mi llegada al agua.
Corrí no se cuanto tiempo, pasé por incontables penumbras y antorchas, ya sin mirar, intentado hacer caso omiso de los gritos, de los alaridos que sabía me llamaban a mí, corrí y sin darme cuenta dejé atrás el pasillo y me interné por un nuevo arco de piedra, el cual correspondía a un pasillo mucho más estrecho y que bajaba en forma de caracol y sin iluminación. Tropecé en mi desesperación y bajé rodando el último tramo el cual me pareció interminable, termine sobre mi estómago y un par de dientes rotos al darme de cara contra el piso de piedra al final de la bajada. El sabor de la sangre en mi boca, el mareo de la caída, el dolor de los golpes y la confusión que reinaba en mi mente hicieron que no me diera cuenta de inmediato donde estaba, de a poco me puse de pié y noté que era una sala pequeña totalmente redonda, el techo a unos cuantos metros sobre mi cabeza era una cúpula esculpida toscamente, donde un bajorrelieve mostraba una tenebrosa figura encapuchada con una balanza en su mano izquierda. Dos figuras oscuras y altas se encontraban junto a mí en aquella sala, las distinguía vagamente pues una luz púrpura que provenía de un lugar desconocido iluminaba aquella habitación, el color enrarecido de la luz hacía que estas figuras se notaran vagas e irreales, como sombras al atardecer. Había un pequeño escritorio de roca que parecía nacer del suelo, tras el cual se encontraba una de las figuras con un martillo en la mano, a su derecha la otra figura se erguía estáticamente. Algo en mí me hizo permanecer callado, no parecían amenazadoras pero el lugar, la forma de todo me hizo tener un respeto mudo ante tales seres. La sombra del escritorio parecía escrutarme con sus ojos invisibles tras lo que podría ser una capucha, como la del ser del bajorrelieve. Finalmente alzó una mano sosteniendo un martillo y la dejó caer con un fuerte y único ¡TAC! Sobre la mesa de piedra, su boca si es que la tenía soltó un profundo y sobrenatural gorjeo, como si su voz se encontrara en una profunda caverna, era a la vez una voz viscosa y lejana, pero en la única palabra que dijo y que entendí claramente vi mi perdición y supe que estaba muerto, que mi alma estaba condenada, y que me encontraba en el infierno. La maldita criatura infernal simplemente dijo “AGUA”.
Quise retroceder y huir pero mis pies estaban como clavados al piso, la segunda criatura se movió y su dedo esquelético enfundado en una túnica tan negra como las sombras apuntó hasta una puerta que no había visto antes, y me di cuenta entonces que el abismal rugir del agua provenía del otro lado de esa puerta, con lagrimas en los ojos mis pies se movieron en aquella dirección, aterrado me di cuenta que no podía hacer nada con mi voluntad pues mis pies caminaban solos enfilándose a aquella puerta, antes de cruzarla mis pies se detuvieron, y la sombra que me apuntó el camino se me acercó silenciosamente, vi su brazo alzarse hacia mí y su mano esquelética y helada se posó delicadamente en mi mejilla, y como si me compadeciera me acarició suavemente, luego su mano se volvió a alzar para mostrarme el camino tras la puerta, el espectáculo desde allá arriba no lo olvidaré jamás por los siglos de siglos que me quedan por sufrir. Una cueva enorme, inconmensurable se alzaba a mis ojos, su forma circular como la de la habitación anterior solo se diferenciaba por su tamaño descomunal, la cúpula que la cubría se notaba vagamente casi como un firmamento gracias a la luz igualmente púrpura que iluminaba todo, desde la puerta seguía un leve y angosto camino de piedra el cual terminaba en un abismo, como un muelle que se interna en el mar, el ruido era ensordecedor y yo aún no veía de donde provenía, mis pasos me guiaron por el muelle de piedra sin vacilación, y al llegar a la punta lo vi, todas mis esperanzas se fueron al infierno, donde de todas maneras ya estaba. Bajo mis pies, todo lo que era la cueva circular estaba cubierto de agua, desde donde estaba yo, que me encontraba en aquel simple muelle kilómetros por sobre el agua, hasta el otro lado que apenas si se distinguía como la orilla lejana de un lago gigantesco, y lo peor de todo, aprovechando la forma circular de la cueva, el agua corría torrentosa y oscura circulando en la misma dirección por la orilla, creando un remolino de agua que dejaría pequeño al mismísimo Maelström de Poe. El agua salpicaba con tal fuerza y furia, que kilómetros más arriba, donde yo me encontraba, la espuma salpicaba mi cara dejando un extraño sabor salobre en mi boca, el cual no acertaría a referenciar con el del mar. Miré atrás suplicante a la criatura que me observaba desde la puerta, pero lo único que obtuve fue un marcado asentimiento con la cabeza, el cual se adivinó tras su capucha de sombras, sin mediar ni una sola palabra ni ningún pensamiento, mi pie derecho dio el último paso y me arrojó al vacío.
Llevo decenas de años aquí, quizás milenios completos, o quizás solo he estado dos minutos, no lo sé, pero si se que esta no es agua de mar, la sal no viene del mar del cual siempre tuve terror, la sal viene de la sangre de aquellos que estaban aquí antes de mí, de aquellos que han venido después de mí, y por supuesto de mí mismo. He llegado incontables veces ya hasta el fondo de este remolino infernal, me he estrellado contra las rocas afiladas que hay en el oscuro fondo de esta cueva, he perdido mis brazos, mis piernas, mis entrañas, me he roto cada uno de los huesos de mi cuerpo, y luego de ese sufrimiento infernal en el que grito hasta escupir la sangre de mi garganta, me encuentro nuevamente dando vueltas en la superficie con todo mi cuerpo intacto, tragando y llenándome los pulmones de agua y sangre, así es y será por el resto de la eternidad.
¿Y tú? Ya lo sabes, no hay un cielo al que ir, busca tu mayor miedo ten la certeza de que cuando mueras te estará esperando para hacerte compañía por el resto de la eternidad, y si le temes al agua quien sabe… quizás en un tiempo más estés atragantándote con mi sangre en esta tromba infernal de agua y sangre. |