Levanté la mirada y sus ojos, sobre sus lentes, otra vez estaban clavados en mí, tan afilantes que apuñalaban mi pecho y mi intimidad. Volví a mirar el suelo y en mi cabeza, subió por detrás de mi conciencia, unas frases y no quería creer, no quería ni pensar que fueran sus pensamientos: “que bella” “como puede ser tan linda siendo tan chiquita” “me gustaría tenerte en mis brazos”. Comencé a inquietarme demasiado, deseaba que esas frases sean mi imaginación. Sí, debería serlo, sino no hay una explicación lógica. Sacudí mi cabeza y me levanté del banco, como despabilándome y me acerqué a esperar el colectivo junto a las demás personas.
Las únicas dos veces que volteé para mirar, seguía observándome, pero sus ojos tomaban un matiz y una profundidad más oscura, pero debía ser por la noche, que todo lo teñía más tétrico y sus arrugas en los contornos de los ojos le daban una expresión malvada.
Al instante llegó el colectivo y subí, apurándome a entrar entre el grupo de personas que lo esperaban. Aunque el frio y la noche seguían siendo la misma, por lo menos no tenía esa mirada incomodándome, tenía el cobijo de la compañía y me tranquilizó, además aquel hombre quedó atrás en aquella parada. Al bajarme del bus sentí un escalofrió. Comencé a caminar hacia mi casa, buscando los lugares iluminados cruzándome de vereda. Pasaron dos cuadras y empecé a sentirme perseguida, observada, pero miraba a todos lados y no había nada más que las sombras de la noche. Faltaban dos cuadras para llegar a mi casa, pero la calle que tenía a continuación no estaba iluminada, dudé en pasar por ahí, pero no quería dar toda la vuelta, así que seguí. A mitad de la oscuridad, unas manos me aprisionaron, una en la boca y otra los brazos, arrastrándome hacia atrás, como llevándome a la profundidad de las tinieblas. Gritaba con todas las fuerzas de mi corazón, forcejeaba con todo mí ser, pero no había nada que evite lo que estaba sucediendo. Me arrastró unos metros, y me murmuró, “si quieres seguir viviendo no grites”, y esas palabras me fusilaron, convirtiéndome temporalmente en una catatónica. Me tiró al suelo, solo pude sentir el piso cubierto de avellanas. Yo soñaba que era un sueño, imaginaba que era una pesadilla, que pronto despertaría, abriendo fuerte mis ojos para volver a la realidad. Pero esas manos comenzaron a ser mi verdad, me tocaban todo el cuerpo, mientras sus labios horrendos y su barba me raspaban todo el cuello. A cada lágrima se agrandaba el sufrimiento. Esas manos empezaron a despojarme de mi ropa, no podía moverme ni siquiera para resistirme, toda su maldad me maniataba al suelo, y mis sollozares empezaron a ser gemidos de dolor, decorados con la sangre de mi alma bajando por mi rostro. Comencé a ensordecerme, ya no escuchaba nada, luego sentía como mi voz ya no era parte de mi, seguido del adormecimiento de todo mi cuerpo, después el aliento se fue con el ultimo gemido y con él, por detrás, mi latir.
En los últimos segundos de conciencia pude ver esos ojos, malvados y familiares, como inyectados de sangre, con un brillo demencial. Me hundía en las profundidades de aquella calle oscura, descendía en la realidad y podía ver mi cuerpo moviéndose involuntariamente hacia arriba y hacia abajo, una y otra vez. Las calles traslúcidas se levantaban ante mí, junto con aquella escena y los autos que bajo la oscuridad de la luna estaban estacionados. Caía y caía, a una profundidad sin retorno, mientras veía como mi pureza y mi vida eran arrebatadas.
¿Por qué me abandonas y luego te llevas todo de mí? ¿Por qué papá? |