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http://loscuentostontos.blogspot.com.es/2014/02/40-todo-incluido.html

El objetivo era escribir un cuento de carácter costumbrista, como nos había encomendado la profesora del taller de relato. Intenté describir las escenas que a menudo se representan en los hoteles playeros con los viajes de mayores subvencionados por los organismos competentes.

Se recomienda leer este texto con el estómago vacío.


. Todo incluido


La escena que se narra a continuación la encontraremos diariamente en cualquiera de los hoteles vacacionales que pueblan el litoral español.

Cojamos un folleto turístico y seleccionemos el alojamiento que más nos guste. No es necesario que nos fijemos en si tiene una bonita piscina, una hermosa y moderna habitación con televisión de plasma o unos frondosos jardines. Preferentemente, observemos las fotografías donde aparezcan los manjares del buffet y nos asegurémonos de que ofrece todo tipo de régimen alimenticio, sin que falte el de “todo incluido”.

Ahora, nos situaremos en el hall de entrada al comedor del alojamiento elegido.

***

La una y media de la tarde. Leona y Ambrosio, matrimonio con más de medio siglo de experiencia, aguardan impacientes a que el maître proceda a la apertura del salón. A pesar de la cojera de la señora y del perímetro del hombre, consiguen que ningún otro comensal ocupe su mesa favorita, desde donde controlan todos los movimientos producidos en la parrilla de la llamada “cocina en vivo”, donde el cocinero asa sobre la marcha carne o pescado a demanda.

El primer paseo lo da Ambrosio, que, mientras dispone en una fuente una saludable ensalada para compartir -compuesta por un par trozos de tomate, cuatro de lechuga, cebolla, espárragos, cien gramos de atún, cuatro huevos duros, una docena de sardinillas, caballa, un cazo de aceitunas de cada color, guindillas, pepinillos y salsas de tres tipos- repasa visualmente el contenido de las otras fuentes.

—¿Qué tenemos hoy? —Apremia Leona

Habishuela, paella, magro con tomate, pescaílla en salsa, hamburguesas, salshishas, picha… Bueno, lo de to los días.

—Tráeme un plato dabishuela, pero echa una paletada de arroz, que aquí los guisos los hacen más flojos que el hijo de tu prima Juana, el concejal. Yo estaré pendiente de la comida viva esa, que creo que hoy toca sardinas.

Mientras el marido disponía dos platos de legumbre con paella, apareció el cocinero en vivo. Leona pegó un salto y, renqueando, se colocó delante de la plancha, anticipándose, en una peligrosa maniobra, a un grupo de jubilados maños.

—Échame más, hermoso, que a mi Ambrosio le ha recetao el docrino comer pescao azul. Esas dos pachuchas que quedan, también —salió la señora con un plato rebosante de pescado, mientras los otros viejos, que se quedaron relatando entre dientes, esperaban una nueva tanda de sardinas.

Ambrosio sudaba a chorros, después de pasear varias veces su quintal métrico por el comedor, mientras devoraba las alubias con arroz acompañadas de un puñado de guindillas. Casi al mismo ritmo, su mujer se afanaba con su plato. Simultaneaban ambos la ensalada y el pescado que habían dispuesto en el centro de la mesa.

—Habrá que comer un poco de carne —dispuso el hombre—. Voy a hacerme un par de jojdos de esos que se toman los chicos, con quecho y mostaza, y me apañaré un poco de magro en una orilla. Y una hamburguesa también. Y na más, que no quiero pasarme.

—¿Una hamburguesa?, pero si te has jamao dos en la piscina, enseñando la pulsera del to incluido que nos encontramos ayer.

—¡Bah! Eso fue a las once. Y después hice de cuerpo.

—Bueno. A mí me traes lo que quieras de carne —Sugirió Leona—. Pero ten en cuenta que yo sólo tomé una hamburguesa esta mañana.

Después de guardar en una bolsa unos bocadillos de chóped con quesitos y paté para la merienda, decidieron participar del postre: un trozo de cada tipo de tarta, con un poco de fruta para desengrasar, o sea, melocotón en almíbar con nata, apurando lo que quedaba en las botellas de vino y gaseosa.

Cuando dieron por terminada la comida, Leona reprendió a su marido:

—¡Jodo, Ambrosio! Has comío más de la cuenta.

—Tampoco he comío tanto. Como otros días.

—Pues esa peste a establo es de cuando te engochas.

—¡Qué no, hostias! Serán labichuela.

Salió el matrimonio del comedor, ella con su garrota y él con su algo más de quintal métrico, camino de la cafetería, a tomarse unos cafelitos con leche, en vaso largo, acompañados de unos trozos de bizcocho de manzana muy ricos, especialidad de María Sergia, la jefa de cocina, que habían guardado del desayuno. Antes, los sobrecitos de azúcar los cambiaron por otros de sacarina.

***


Y después del mesurado almuerzo, atravesaremos el frondoso jardín que circunda la bonita piscina y nos dirigiremos a nuestra hermosa y moderna habitación con televisión de plasma, para disfrutar de una siesta reconfortante. Sólo un rato; hasta la hora de la merienda.




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Texto agregado el 04-02-2015, y leído por 125 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-02-2015 Perfecto, la triste y al mismo tiempo verdad, contado con muy buen humor. Enhorabuena FERMAT
04-02-2015 Apetitoso relato.Me ancanta.Un Abrazo. gafer
 
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