Leo en el periódico que la invasión de Irak está amenazando gravemente su riquísimo pasado arqueológico. Se teme que terminen por borrarse las huellas (Nínive, Samarra, Ur){1} de la considerada cuna de la humanidad e incluso paraíso terrenal por las tres religiones monoteístas. No, no voy a hablar del conflicto iraquí, doloroso presente, sino del pasado.

Rendimos culto al pasado, lo explotamos, porque vertebra nuestra imperiosa necesidad de pertenencia, le exigimos la conciencia común, la tradición, la cultura.

Jorge Manrique{2} escribió que “a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor” y es muy cierto, porque como entidad objetiva no existe: cada religión, nación, grupo, familia o individuo lo hace pasar respectivamente por infinidad de tamices que sirven de limpieza catártica y consiguen una esencia personalizada de su pasado, a veces fragante, a veces pestilente, pero siempre interesada, liberada por el sabio inconsciente de los filos de la vergüenza, de los dardos del horror.

Para muchos el peso del pasado crudo sería insoportable si su espíritu nos transportara como al Mr. Scrooge de Dickens{3} a verlo sin tapujos, sin velos.

Por otra parte, basta con mirar la bóveda celeste nocturna para presenciar el pasado más remoto. Uno queda reducido al tamaño de un protón al pensar que la mayoría de las luces que vemos nacieron hace miles de millones de años, eso sí que es mirar atrás.

Por ejemplo, las luces que podemos observar a simple vista procedentes de la constelación de Orion (el gran cazador), de su estrella gigante Betelgeuse{4} (uno de los hombros del cazador), se originaron hace 425 años. Es decir, que ahora mismo desde un planeta de esa hermosa estrella, con un gran telescopio (que no existe pero que invento en este instante) veríamos a doña Leonor reuniendo en 1579 el dinero necesario para el rescate de su hijo preso por los turcos y que no sabe que pasados unos veinticinco años escribirá “El ingenioso hidalgo Don Quijote”{5}. Veríamos también a un adolescente de quince años a punto de dejar los estudios para ayudar a su padre arruinado, que en 1603 estrenará Hamlet{6}.

Si nos alejáramos lo suficiente podríamos presenciar el instante en que ese primate comenzó a caminar de pie y a preocuparse por el pasado, distinguiéndose así del resto de los animales.

Quizá todo esto no vale para el que escribe. Por muy finos que sean los cedazos o resistentes los diques, los posos del pasado, incansables, se van colando en microscópicas gotitas a través la malla neuronal del escritor que, quiera o no, las va esparciendo en sus textos, perceptibles aquí, oscuras allá y dolorosas las más veces. Escribir es casi siempre triturar el pasado íntimo (por tanto universal) y pintarlo de colores.






Perlas del pasado:
1.- Bellas fotos de Mesopotamia (http://www.archaeologyphotos.com/Mesopotamia/)
2.- Rafael Alberti recitando y Paco Ibáñez cantando “Coplas por la muerte de su padre” de Jorge Manrique (http://www.poesi.as/canc0056b.htm)
3.- Preciosa edición electrónica en versión original de “Cuento de navidad” (http://www.stormfax.com/dickens.htm)
4.- Extraordinaria fotografía de Betelgeuse en la constelación Orión (http://antwrp.gsfc.nasa.gov/apod/ap030207.html)
5.- Útil y completa edición electrónica de “El Quijote” en formato Acrobat (http://www.maxzuniga.com/Quijote.pdf)
6.- Edición electrónica de “Hamlet” en español (http://www.arte.ucv.cl/lectura/HAMLET.pdf) y en inglés (http://the-tech.mit.edu/Shakespeare/hamlet/)