Hace poco conocí a la señora María, dueña de una historia de esfuerzo. Día a día aparece con su carrito, sus escobas y sus perros. Barre el frontis de las casas y pide un simple estipendio por su trabajo. La doña ya tiene sus años, o bien han sido el sol, el frío, carencias o las penas las que le han esculpido tenebrosos surcos en su rostro.
Pues bien, nuestra señora María se pasea cotidianamente por las calles ofreciendo sus servicios o cobrando, cuando es el caso. Ella, al parecer, es soltera, no se sabe de hijos y vive en un sucucho que le ofrece el club Palestino para que tenga un lugar en donde pueda descansar ella y sus perros, que la siguen para donde ella vaya. Uno nunca se pregunta cuáles serán los sueños de la señora María o cuáles sus pesadillas. Es dueña de su tiempo, de la calle y de las aceras repletas de hojas, de pronto, reprende a uno de sus canes, luego sonríe al ver al animal con cara de compungido, barre que te barre, risas y maldiciones, esa es su rutina. Pero, ¿y en las noches? ¿se dormirá profundamente, sin querer ya pensar en nada, anestesiando el recuerdo y las añoranzas? ¿O unas lágrimas fugitivas se harán cauce en su rostro para denotar alguna esperanza marchita?
El otro día se dirigió a mí, mientras descansaba sentada en la cuneta:
-Mire usted como están apareciendo las tencas.
Miré al cielo en forma refleja y vi que volaban varios pajaritos. No conozco nada de ellos y soy incapaz de distinguir un chincol de una catita, menos podría reconocer a una tenca. Por lo que asentí, para no quedar en vergüenza.
-Debe ser por el clima ¿no?
-Posiblemente- le respondí tal si fuera un experto en ornitología.
-O a lo mejor tuvieron que venirse para acá porque les han echado abajo los árboles en donde tienen sus nidos- argumentó la doña, respondiéndose a sí misma que esa debía ser la causa.
-La gente está destruyendo la naturaleza y el hábitat de tantas criaturas- asentí.
-¿Le gustan los pájaros a usted, caballero?
-Me encantan pero no sé mucho de ellos.
-No importa, respételos, quiéralos, ellos también son creaturitas de dios. ¡Está tan malo el hombre!
Toda esta breve conversación me dio más pistas de la señora María. Posiblemente emigró hace una punta de años a Santiago en busca de nuevas expectativas, pero esta capital hostil, se las mezquinó, tal vez fue empleada en una casa, acaso, trabajó en las ferias libres y ahora, que ya está vieja, buscó una ocupación como la que tiene, sin patrones, sin horarios, sólo limpiando las veredas y recibiendo unas pocas monedas, las suficientes para comer ella y sus quiltros.
Me quedé pensando en sus palabras: “están apareciendo las tencas” y medito sobre eso. Esos pobres pajaritos, al igual que la señora María, volarán de rama en rama y de árbol en árbol, buscando un hogar parecido al que dejaron. Y quizás en eso se les pase su existencia, buscando y buscando, por simple instinto. Acaso, igual como lo hace hasta ahora, la señora María.
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