Alfa I
Su oficio: curandera. Vivía en una casona larga de adobe, en Tudcum, en el Departamento de Iglesia, de San Juan.
Sus años, ya venidos encima, no le impedían manejar son sus manos algo temblorosas, el principal elemento de sus buenos diagnósticos y tratamientos: un frasco de orina.
Estaba algo encorvada y caminaba con dificultad. Su cabellera ya canosa, dejaba entrever las puntas de sus trenzas algo desordenadas y largas. Hablaba como la gente del norte, un poco golpeada, como si fuese riojana, pero por momentos no se hacía entender.
Tan famosa llegó a ser, que venía gente de todos lados de San Juan, de varias provincias y del exterior.
La casona en Tudcum era visitada desde el alba por numerosa cantidad de personas, y ya cuando aparecía el sol en el firmamento, comenzaban a pasar uno por uno. En la explanada de afuera estacionaban los autos y camionetas. Sólo había que llevar la orina en un frasco y esperar en la fila.
Don Juvenal Ordines, que vivía en Rawson, decidió ir esa mañana para Tudcum. Una vez que le tocó el turno, entró el hombre, pero no llevaba ningún frasco.
-¡A quí has venío si no traís la orina!
-Me olvidé Doña Alfa. Pero salgo afuera y si Ud. me presta un frasco orino allí y ya está.
-No, che, te has dir y volvís mañana, traís el frasco, que te atiendo el primero de todos.
-Está bien, así será, mañana bien temprano estoy por éstos lugares.
Ordines, algo molesto y desanimado, subió a su camioneta y se marchó. Devuelta a su casa, que quedaba a más de 150 km de distancia, el hombre iba puteando y maldiciendo a la señora curandera, por haberlo hecho volver sin el diagnóstico de sus problemas. Encendió la radio, y el comentario del locutor acerca de que al día siguiente era día 13 y que había que tenerlo en cuenta a la hora de viajar o comprar cosas, no le preocupó en lo más mínimo. La música de Palito Ortega y de Sandro le alegró el viaje.
También tarareaba a Los Iracundos, cuando ya estaba por la avenida de circunvalación, cercano a su casa.
Al día siguiente, sale de su casa con su “frasco amarillo” y se devuelve diciéndole a su esposa, que ya que iba a ver a la “médica de la alfalfa” que si quería que llevara también su orina. A lo que ella le respondió con un sí, y le pidió que también llevara la de la “nena” que está estudiando Psicología en la Facultad.
Antes de subir en la camioneta, levantó el capot, sacó la varilla medidora del aceite, y abriendo cada uno de los frascos de orina, revolvió con aceite el contenido amarillento.
Llega a Tudcum, y como ya había varios pacientes en la hilera, Doña Alfa que estaba esperando que apareciera el sol por su ventana, lo ve llegar, y lo llama.
-Vos, el de la camioneta, podís entrar nomás…
-Buen día Doña Alfa, aquí le traigo mi orina y la de mi señora y la de mi hija también… ¿Puede ser que usted vea los tres frascos?…
-Bien comencemos…
…Mirá, y levantando el frasco de su esposa y a través del sol que a esa hora era un poco rojizo, lo agita y le dice a Don Ordines:
-Mirá, tu señora te pone los cuernos.
El hombre no sabía qué hacer ni decir. Se puso colorado como un tomate.
Menos mal que los familiares de Doña Alfa, no estaban a esa hora tan temprano al lado de ella, porque su intención era salir inmediatamente de allí. Sin palabras, comenzó a traspirar. Decide quedarse y continuar con los diagnósticos de la curandera. Enmudeció.
-Mirá, y moviendo el otro frasco de orina de la hija con cierta energía, le dijo:
Tu hija está preñada.
A esa altura de las cosas, ya no le importaba lo que le iba a decir de su propio frasco de orina; así que el desconcertado hombre no le quedó más remedio, y jugado como estaba, decidió quedarse y esperar el diagnóstico propio.
Esta vez Doña Alfa, con la mano izquierda recogió el mate con yerbas serranas de la mesa y comenzó a chupar, mientras que con la derecha, denotando simpleza y experiencia, alzó el frasco de Don Ordines y mirándolo detenidamente a través de los rayos solares de su ventana, le afirmó el diagnóstico:
-Mirá… y a vos se te está fundiendo la camioneta Ford.
Así que andate no más por onde ti has venido che.
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