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Las tres pastillas de colores
Se habían mudado desde la Residencia Universitaria de San Vicente de la calle Agustín Garzón, ubicada en frente del Hospital de Piel, en Córdoba, hacia una pensión en la calle Obispo Trejo, en el centro de la ciudad. Los dos hermanos que estudiaban medicina y un cordobés, de abogacía, llegaron a la pensión El motivo del traslado, fue la lejanía que había entre San Vicente y la Ciudad Universitaria y que en la Universidad las cosas estaban feas: paros frecuentes, había días que no tenían comedor estudiantil, estudiantes revoltosos irrumpían en las aulas, suspensión de clases, etc., etc. (década del 70). De forma tal, que aunque al cambiar de vivienda tendrían más gastos, decidieron venir más cerca de las principales actividades. Los dos hermanos compartían una habitación al final del pasillo de la pensión de la italiana, con las mínimas comodidades; la parte trasera de la pared, daba a escasos centímetros, con la del Teatro Rivera Indarte; o sea que la pensión se ubicaba sobre Obispo Trejo, al lado de la sede del Partido Comunista, entre Bv. San Juan y la lateral de la Universidad, con el Rectorado y la Facultad de Abogacía, como sus principales edificaciones a media cuadra.
De a poco fueron tomando contacto con el nuevo lugar y los estudiantes que allí vivían.
Uno de ellos, coterráneo, vivía al lado de la pieza de los dos hermanos sanjuaninos. Era un muchacho de veintidós años, alto, cara medio redonda y flequillo que denotaba una incipiente calvicie y sonrisa diagonal. Casi no lo veían, porque era poco amigable, estudiaba todo el día, a veces lo encontraban a la salida o a la entrada de la puerta de calle, u otras veces en el comedor de la ciudad universitaria o en el colectivo que los llevaba gratuitamente a todos los estudiantes desde Plaza Vélez Sarsfield hacia la facultad. Si se le hablaba, él no decía nada. Nunca se escuchó si había hecho alguna maldad a alguien. Lo apodaban el Planeta Ramírez.
Todos en esa pensión tenían exámenes pronto, en Marzo, así que era notable el ambiente de estudio que había. Hacía mucho calor. En una de esas uno de los hermanos decidió salir a ver qué pasaba afuera de la pieza; y al mirar para la habitación del muchacho de al lado, notó que su puerta estaba entreabierta, entonces, tocó la puerta y pregunto si había alguien allí, y él la abre aún más y dijo:
- ¡sí aquí estoy yo!...
Al mismo tiempo el vecino pregunta:
¿Veo que estás estudiando mucho? ¿no?

-Sí, humm… tengo que rendir unas materias ahora en marzo humm …
-¡Qué bien!...
Miró hacia su mesa y vio que, a un costado de un atril, y varios libros, había tres pastillas de colores. Pensó que a lo mejor, ya que él cursaba medicina, estaba estudiando Farmacología, que era una de las materias “cuco” de la Facultad y le preguntó:
-¿Estás estudiando Farmacología?
-No…
Pensó que mejor era que lo tragara la tierra, porque quizás había descubierto algo que él lo tenía muy en secreto. Tomaba algunas medicinas. Y como ya estaba jugado, preguntó:
-Entonces esas tres pastillas de colores las tomás vos…
-Sí; mirá, ésta blanca es para los nervios, ésta amarilla es para los nervios y ésta azul también es para los nervios.
¡Ah, está bien!..
No dijo más nada y se retiró, tratando de cerrar un poco la puerta y dejándola entre abierta hasta donde él la había dejado antes de aproximarse a su mesa.
Pasó el tiempo, al año se mudaron los hermanos a una pensión en Alberdi, al lado de la cancha de Belgrano, sobre calle Rioja; perdieron el contacto con ese comprovinciano.
Luego de graduados, unos años después se enteró que estaba trabajando como médico en Clínica Médica del Hospital Dr. Marcial V. Quiroga; también, que lo habían trasladado al micro-hospital de Tamberías para no cesantearlo. Pasaron varios años más y se entera de que le habían hecho una Junta Médica y que lo habían jubilado.
Habían pasado más de 25 años, y un buen día, y trabajando para una Obra Social como médico auditor, uno de los hermanos tenía que asistir con su jefe, para hablar con el gerente de una Clínica Psiquiátrica de Alto de Sierra, en Santa Lucía, para ver la posibilidad de hacer un Convenio para atender a los afiliados. Vio al muchacho, en el patio de la Clínica Psiquiátrica, rodeado de otros pacientes.

Se acordó de él, pero, como no sabía su estado de salud no le preguntó nada y pasó por su lado y se dirigió con su jefe hacia el lugar de la Gerencia. Había que atravesar el patio.
Una vez que hablaron con el gerente, se venían para el frente de la edificación; vio a ese muchacho. El enfermo palmea por el hombro y saluda por el nombre. El médico se da vuelta, le da la mano y un medio abrazo y le pregunta:
-Heeey, ¿Cómo estás?, ¿cómo andás?, ¿cómo te sentís aquí?, ¿tanto tiempo che?...
-Estoy bien. Aquí me medican bien. Ando muy bien con las mujeres. Comparto la habitación con un pibe diabético. Me dan los remedios a horario, que… que esto o lo otro…
… Y otras cosas que no le había preguntado. Muy verborrágico estaba el muchacho.
Era el mismo muchacho estudiante de medicina, de cara redonda y sonrisa diagonal, de al lado de la habitación, en la pensión de la italiana de la calle Obispo Trejo.

Texto agregado el 30-01-2015, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


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