Llegarás cuando debas llegar,
no antes.
No después.
No cuando yo lo pida por necesidad.
Llegarás como ha venido a mí
hasta agotarse en su viaje
la trémula claridad del alba,
entonces, venido desde tan lejos se acabará esta angustia de extrañarte.
Entonces, venido con sueños en tus uñas,
este, tu viejo vientre, será tu tierra. Y caminarás junto a mi en la orilla de la playa.
En la orilla del río. O a la orilla de un abismo. O a la orilla de una estrella,
qué importa,
cualquier orilla será buena
si se da que tus pasos caminen con los míos.
(...)
Llegarás cuando debas llegar,
emergido casi de mis sueños,
casi de mi mundo, totalmente fabricado por mí y para mí, y,
habrá tiempo de amarte, o tal vez ese tiempo haya pasado, como pasó el éxodo,
y la profundidad de éste sentimiento que agita mis venas ha de morir, como muere el anciano en su casa, callado, sacando recuerdos de viejas fotografías, y solo. Más solo.
Yo firmaré un tratado de amarte siempre,
entonces, quizá dentro de otra vida me regales benevolencia al observarme.
Si es así, ya no habré de extrañarte.
Ni mis delirios aullarán más por ti.
Y quizá, con tu amor y llegar, ya esperado antes de conocerte
corran de mí
estos instintos cobardes de escritor no impreso.
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