Coleccionaba las mentiras infieles,
esas que se anotan sin tartamudeo,
desgranando un buen golpe de labios
como imprevisto feriado de consciencia.
Falsedades de una travesura perpetua
donde la verdad suele estar presente.
Gustaba de recopilarlas letra por letra,
como sobras diarias de vida cotidiana.
Las hallaba dónde queda el horizonte.
En ocasiones, pensaba encuadernarlas,
hacerlas libro, diario, folletín, o ensayo,
pero, como buenas infieles, se negaban.
No eran mentiras publicables ni leibles,
solo disfrutaban su destino de colección.
Lento, muy lento, las memorizaba a diario
para no ser desleal con su insinceridad.
Ella buscaba verdades con sabor a tango,
que le dieran nueva vida a sus suspiros,
unas realidades sin segundas despedidas,
ni toscas resacas de envejecidos lamentos.
Las que florecen en frescas carcajadas,
sin esas frases que luego se deploran,
las que garabatea algún lápiz mágico
en los espacios vacíos de la decepción.
Las quería a puño cerrado y sólo por hoy,
para vivenciarlas con y desde el alma.
Se fueron chocando en sus desamores,
en progresos tardos de largas horas.
Fatal, las infieles mentiras se disfrazaron
de verdades deambulando abandonadas,
como preludio de una partida con llegadas.
Sin repatriación, el sin ti, se inventó contigo.
Las mentiras almacenan fallas de fidelidad. |