SALUDOS EN EL OCASO.
Que una jornada completa tiene muchas horas diurnas y otras tantas nocturnas no es para el comentario, pero que el amanecer y el anochecer son momentos muy especiales, eso quiero resaltar. .
Duran relativamente poco, sin embargo estas transiciones son dignas de ser contempladas con detenimiento… Siempre trato de ser un privilegiado espectador de este fugaz fenómeno que nos regala el preciso devenir astral. Me deja algo que no se puede explicar con palabras exactas, quizás un misterio irresuelto, una transformación transitoria de las cosas, o una inspiración todavía sin escribir…
Ahora estoy jubilado y ya no soy de levantarme muy temprano, así que me pierdo la alborada, pero al crepúsculo trato de que no. Y como pasa desapercibido dentro de casa, me apronto a esperarlo afuera.
Mi casa está ubicada en la esquina que une una calle principal con otra secundaria, la que a cinco cuadras se pierde en el campo y esconde el sol.
Así que me acomodo en el porche, donde cuatro silloncitos y una mesa baja conforma mi estratégico puesto de observación o recoleto estar para el pensamiento libre.
Ahí estoy, cuando el astro rey con sus rayos horizontales nos saluda prometiendo volver. Acá debo decir que últimamente acercó a mi puerta una incógnita; todos estos atardeceres el conductor de un coche con vidrios polarizados me saluda y yo no sé quién es…
Apenas dobla la esquina, como si fuera un acto reflejo, levanta la mano de ese modo, y yo también, instintivamente le respondo esta cortesía con igual gesto. Viéndolo de reojo por no interrumpir lo que estoy pensando o escribiendo…
Hasta aquí fue alguien anónimo, pero cuando este buen hombre cambia de automóvil su cara me aparece claramente; la de mi médico de cabecera.
Una persona muy conocida por todos, pero ahora bien; yo elegí a este doctor porque es un buen clínico y vive cerca de mi casa, pero nuestro trato no pasó nunca de un profesional hacia un paciente raso. Si bien en un pueblo el saludo sale fácil y lo hacemos a menudo con quién se nos cruce, esto de convertirlo en inexorable hacia mí me parecía una exageración de su parte. .
Si algunas veces hubiera pasado sin saludar no hubiese sido un desaire. Además es una imprudencia distraerse cuando se está maniobrando en una curva cerrada, más para él que vuelve del hospital con la cabeza seguramente todavía por allá…
Por eso esta amable actitud mantenida estoicamente terminó resultándome dudosa, y decidí cerciorarme si yo era el único destinatario, o la compartíamos alternativamente con el vecino de enfrente… .
Un día dejo mi borrador sobre la mesita, recuesto bien mi espalda contra el sillón y me cruzo de brazos esperando su puntual aparición…
Ahí viene, es su auto, me dije y le clavé los ojos desde la media cuadra.Ahora mi intención era captar el instante en que mira hacia el otro lado… Llegado a la esquina comienza la maniobra de doblar pero sin mirar a los costados. Acto seguido levanta la mano como lo hace siempre y baja la visera del parabrisas para que el sorpresivo sol de frente no lo encandile...
Dejé el cuento y escribí esta anécdota.
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