Sólo era una imagen mental el genio “Gomotho” que Gamnah encontró en “la Gruta de los Escarabajos”. De hecho, el ente nada más existía como una referencia fonética al ser recitados unos versos metódicos fijos en una placa de alabastro, alumbrada al igual que Gamnah por varias teas fijas en las paredes amorfas de la cueva.
Aunque Gamnah tenía bien claro eso, observaba con sorpresa la materialización gradual del genio a un lado de su camello dormido, en tanto repetía los hexámetros que aludían a las potestades de las llamas, de la tierra y de las ruinas.
No obstante, sólo Gamnah podía observar la concreción de la figura obesa del ser que jadeaba al realizar cualquier movimiento; Gamnah, el anciano comerciante que llegaba a la recta final de su vida con el solo propósito de entender cuál era su papel en el entramado ciego de las cosas.
Así que justo en el instante en que el camello resoplaba aún dormido, Gomotho revisó su cuerpo gelatinoso, palpó con satisfacción la certeza de sus rasgos desmedidos, y levantó la mano para que Gamnah cesara su letanía.
De modo que el viejo sudoroso cerró de golpe su boca contraída sobre las encías sin dientes bajo la maraña de la barba, y se restregó sobre el faldón raído las palmas que mantuviera en alto, mientras reparaba en la estampa cabal del genio, que esperaba sereno la petición del viejo, moviendo los pies volátiles para eludir el avance de un escarabajo acorazado por sus élitros veteados.
Gamnah se encorvó con un gesto de molestia para apoderarse del escarabajo, que siguió su ruta torpe dentro de la mano enconchada. Después el anciano se acomodó en el suelo de tierra compacta y adoptó la postura de un encantador de serpientes. Ya así, tragó saliva y habló con humildad: “No he de pedirte riquezas, juventud o cuerpos voluptuosos de mujeres, genio; ni siquiera solicitaré conocimiento o poder...”
Gamnah condujo los dedos al cuello apergaminado y cerró los ojos para hacer una pausa, en tanto su diestra perdía firmeza para balancearse dejando caer de lomo al insecto, que batalló para voltearse sobre el suelo, estremeciendo las patas con vigor.
El escarabajo recuperó la compostura y se escabulló colérico hasta una grieta en la pared, mientras su sombra era estirada como goma por la luz de las antorchas. Gamnah abrió los ojos y musitó cansado: “He tenido una existencia larga y dura, genio. Y al llegar a estos, mis últimos días, sólo una cosa me atormenta: ¿Cuál es el sentido del decurso de mi vida?”
El genio borró una sonrisa irónica para observar al viejo con infinita piedad. Luego avanzó hacia Gamnah mientras un viento exhausto merodeaba las teas, haciendo que la luz mortecina jugara con los rasgos amorcillados de Gomotho.
Ya ante Gamnah, el genio se inclinó con la gracia de un hipopótamo y musitó algo al oído paciente del hombre. Después se irguió y retrocedió hasta aquietarse junto al camello, que abría los ojos con modorra.
Gamnah dirigió la mano a la frente mientras su rostro se contraía en una mueca de asombro, pues al interior de su cabeza las palabras de Gomotho vertían su significado como las nubes su lluvia.
Al momento el camello resopló con brío, estrujó los enormes belfos malogrados y se levantó con torpeza. Al andar hizo a un lado a Gomotho, quien comenzó a diluirse en la rugosidad telúrica del sitio.
El camello llegó hasta Gamnah, quien se irguió con dificultad y le acarició el pelambre polvoriento, mientras sonreía al aceptar la sentencia del genio: él sólo consumaba uno de los múltiples destinos de un Gamnah Primordial que ahora mismo desplegaba sus nuevas variaciones de vida en la mente de algún Creador.
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