Tus pisadas marcadas en la tierra húmeda,
en el jardín inundado de imágenes ocres,
la pileta de agua estancada y la hierba salvaje,
el silencio de la bruma penetrando las grietas.
Ojos de piedra bajo las enredaderas,
gotas de rocío en los tallos resecos,
paredes y rejas altas socavadas por el viento y el oxido,
antesala del recinto panteísta,
de tus dioses que te convirtieron en doliente.
Y el castillo nebuloso,
tus pisadas marcadas en la tierra húmeda,
saludando relieves oscuros coronando las pilastras,
sin consciencia del tiempo,
como un fantasma gris recreando escenas corruptas,
rozando pétalos negros marchitos en el suelo,
añorando la frescura arrebatada.
Y el idilio fugado,
la promesa rota atestiguada,
esculpida en tu piel tramada de cicatrices invisibles,
observando impotente el castillo,
deslizándote en un periplo sin fin,
entre senderos olvidados.
Libre en el jardín maldito.
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