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La alborada citadina empieza a asomar tímida por la ventana de aquel departamento del cuarto piso del vetusto edificio identificado con el nombre de “Homero” en el control catastral de la ciudad, Antonio Iriarte su habitante ha pasado la noche en vela. Como en la narrativa épica de los griegos, el personaje principal debe permanecer en vigilia durante la noche que precede a un encuentro trascendental o a una acción importante.

Antonio no desperdició la jornada nocturna, tejió y destejió proyectos de vida en un extenuante ejercicio reflexivo que sólo tendrá provecho en tanto los acontecimientos del día se desarrollen como él lo tiene planeado. Camina despacio hacia la ventana y mira atentamente a través del cristal empañado por el rocío matinal, su mirada se concentra en el pequeño parque situado frente al edificio donde vive y en el medio con la parroquia de Nuestra Señora de la Noche, por enésima vez mentalmente corrobora sus cálculos previos, no, no se ha equivocado, está seguro de eso.

No lejos de ahí en una zona residencial aledaña, en la mansión del matrimonio De la Fuente-Falconieri, dentro de la recamara principal, Alberto De la Fuente observa el cuerpo voluptuoso de su esposa apenas cubierto por un fino negligé francés creación de Isabel Marant su diseñadora preferida. La bella y joven mujer duerme plácidamente, en cambio él “no ha podido pegar ojo” durante toda la noche. Un desvelo culposo lo ha mantenido alerta, sobre la mesita de servicio está una novela de amores frígidos sin leer, fue imposible hacerlo pues lo invadía una emoción más fuerte a su voluntad.

De a ratos entretuvo su gran ansiedad repasando su matrimonio como en una bitácora de viaje, hubo de reconocerlo, desde el principio fue una relación cuasi amorosa, donde el deseo carnal corría en la misma pista sólo que a mucha más velocidad en un juego mutuo de seducción, desordenada amalgama de celos, súplicas, revanchas inaplazables y deseos físicos incontrolados, en realidad su matrimonio era una epifanía de dos seres enajenados y, paradójicamente, plenos.

Alberto siguió observando a Constanza su esposa en su sueño apacible, realmente era hermosa, por un momento el rostro del hombre se ensombreció ante el miedo de que su plan fallara en el último momento, ¡imposible!, se habían cuidado hasta los más insignificantes detalles, sin embargo la presión sanguínea se le elevó y una sudoración fría acudió a sus manos y espina dorsal sólo de imaginar algún error en lo planeado, ¡ni Dios lo quiera!, las consecuencias serían terribles para su vida futura.

Cerca de ahí, desde la parroquia de Nuestra Señora de la Noche se empezó a escuchar el repique de campana llamando a primera misa dominical, maquinalmente Alberto fue acompasando con laxitud el tañido… primero una campanada, luego un breve espacio de silencio, después vinieron quince tañidos que el hombre fue contando en voz baja uno a uno hasta terminar la serie. Endosada al eco del último golpe Alberto estiró la mano hasta alcanzar la entrepierna de Constancia y le hizo una breve caricia. La mujer se desperezó con un mohín de falso enojo y terminó por sonreírle plenamente al momento de abrir los brazos en franca invitación al arrumaco.

Alberto se puso en pie rápidamente y con tono de cariño le dijo: —Termina por levantarte mi amor, tenemos media hora para llegar a misa, ya dieron la primera campanada.

—Enseguida estaré lista cariño. —Contestó la mujer terminando de desperezarse con un gesto sensual al momento de agregar: —Tengo un buen presentimiento, hoy será un día muy especial.

—Estoy seguro de ello mi amor. —Dijo con gesto sarcástico el marido y una sonrisa cruel se colgó de la comisura de sus labios.

Los fieles empezaron a abandonar la parroquia, los servicios eclesiásticos de aquel domingo habían finalizado para ellos, cada cual abandonaba el recinto sagrado con su propia carga de ilusión o desesperanza que decidieron echarse a cuestas. Constanza y Alberto caminaban una al lado del otro, atravesaban el parque para llegar donde su chofer los esperaba con el auto para regresarlos a casa. Iban muy juntos, entrelazados los cuerpo por la cintura, eran a la vista de todos un matrimonio muy amoroso.

Antonio desde la ventana de su departamento enfocaba objetos con la lente del artefacto que sostenía con firmeza, llevaba rato haciéndolo, cuando la pareja estuvo a distancia conveniente con lentitud enfocó el cuerpo de la mujer, a través del cristal de la lente se deleitó observándola desde la cabeza hasta los pies y luego en sentido inverso. Apreció con cierta lujuria las pantorrillas y la entrepierna de Constanza, fruto prohibido puesto a su disposición de depredador profesional.

Alberto ahora caminaba cabizbajo esperando el momento convenido, ¡Feliz momento! en que se libraría de sus ataduras maritales para pasar a mejor vida social como lo venía planeando desde tiempo atrás. Desde lo alto del edificio de enfrente Antonio tenía la lente centrada en el rostro de Constanza, se detuvo mirando la carnosidad de sus labios sensuales, la inocencia pervertida de la mirada femenina y tensó el dedo sobre el gatillo.

Como estaba convenido, al llegar la pareja junto al viejo roble del parque, Alberto buscó el rostro de Constanza para darle un beso en la mejilla, en ese justo instante ella levanto la vista hacia el cuarto piso del edificio de enfrente y sonrió… Entonces un certero disparo apenas perceptible hizo estallar la cabeza de su marido.

Texto agregado el 22-01-2015, y leído por 522 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
28-01-2015 Me ha gustado mucho...dicen que las mujeres somos las que movemos el mundo y a veces ni nos enteramos...¿o si?. Saludos! PiaYacuna
25-01-2015 Es el sexto sentido que toda mujer tiene; ya te lo escribieron, excelente, uno logra visualizar, saludos. krisna22z
24-01-2015 Me gustó este relato de muerte y amor-odio. Felicidades. estrellacaliente
23-01-2015 Predecible Jesús. No por ello, menos deliciosa la lectura. Me hubiera gustado... ji ji ji Cinco aullidos en la mira yar
23-01-2015 es un gran relato yosoyasi-
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