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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 20.

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Capítulo 20: “Una Historia Que Merece Ser Contada”.
Nota de Autora:
Al fin siento cómo esta historia se aclara ante mis ojos y es la sensación más fabulosa que he sentido en mucho tiempo. Siempre tenía todo claro hasta que se organizaran luego del motín (estamos hablando del capítulo 17), pero luego de eso era como tirar una cortina adelante mío… como cuando la lluvia está demasiado fuerte y se forman cortinas de agua y uno no ve nada al otro lado. El capítulo pasado me costó mucho escribirlo por ese mismo motivo: no sabía cómo empezar ni tampoco cómo iba a terminar. Era la clase de improvisación que no me gusta hacer (porque cuando escribo improviso muchos de los detalles de lo que estoy relatando), porque me suena casi a rellenar, a escribir sólo por hacerlo. Lo bueno, es que ahora escribiré consciente de que tiene un sentido lo que escribiré.
Capítulo 20… cómo pasa el tiempo, ¡y las páginas! Ya vamos en 257 páginas… ni yo me lo creo…
Pues, últimamente no he hecho nada que no sea escribir, así que no tengo nada que contar, sólo que quiero sacar capítulos como loca…
La canción del capítulo es “Fogata de Medianoche” del excelente grupo de Folk Celta Peregrino Gris, son de Costa Rica y me traen alucinando desde el invierno… este tema es bastante alegre, así que calzará con el aire festivo del capítulo y su aire a ron, festejo, historias que merecen ser contadas y demás. Sin más, les dejo leer en paz.

Lowie y Liselot se sentaron en frente a Jack, quien ya había colocado campechanamente las piernas sobre la mesa. La mesera llegó de inmediato con una bandeja en la que portaba tres botellas de ron y algo de comer, retirándose ni bien hubo dejado esas cosas. El hombre de mar tomó una de las botellas del gollete y le dio un trago largo, mientras sus interlocutores lo observaban expectantes. Lodewijk consideró que había transcurrido suficiente tiempo de silencio.
-¿Y bien?-preguntó a Jack, quien miraba la botella como a través de una ensoñación… ¡se sentía tan bien estar de vuelta en casa!
El capitán Rackham reaccionó a sus palabras.
-Ya he dicho… las reuniones sociales son mejores cuando empiezan con una buena historia… ¡Ustedes inician! ¿Qué ha sido de sus vidas a lo largo y ancho de estos tres años?-quiso saber Jack y, sin más, se llevó la botella a los labios. Lowie y Liss que le conocían ya lo suficiente supieron que de ese estado de beber cuánto se le fuese a las manos no concluiría hasta que ellos hubiesen terminado su historia, era la señal que les solía dar para que comenzaran.
A Lowie le hubiese gustado haber sido él quien narrase lo que habían vivido en ese tiempo. No era que desconfiase de Jack, ya suficiente había hecho por ellos como para comprobarles que era un aliado y, por qué no, un amigo. Sin embargo, desconfiado como era, de seguro se hubiese un detalle que dos: las tabernas de New Providence no eran el lugar ideal como para hablar de temas privados… era una lástima que la mencionada isla se fuese en puras tabernas. Para su desgracia y, por qué no, recelo, fue Liselot quien tomó la palabra.
Para su tranquilidad, durante esos tres años no había sucedido nada de importancia. La última vez que se habían visto, se habían despedido con un fuerte apretón de manos y un gran abrazo a las puertas de esa misma taberna, y pese a que Liselot había insistido al Calicó y a sus hombres en que viajaran un trecho junto a ellos, Jack y su tripulación habían declinado la oferta al tiempo que les deseaban un buen viaje. Esa misma tarde la capitana Van der Decken había zarpado de New Providence a bordo del HMNS Evertsen, navío que antes comandara su fallecido padre el Almirante Niek Van der Decken.
Como no había conectividad, los teléfonos, radares y todos los medios de comunicación que portaban a bordo de la nave estaban inoperativos, puesto que a pesar de que encendían y funcionaban, a la hora de necesitar señal dejaban de prestar utilidad. Habían aprendido a comunicarse sin internet ni conexión telefónica.
No todo era malo: habían aprendido a generar electricidad con materiales distintos al petróleo-en tiempos de necesidad, empleaban incluso su propia comida con esos fines-, así que, gracias a los generadores, los refrigeradores, la iluminación, los motores, las pantallas y toda la tecnología seguía siéndoles de gran utilidad, incluso de ventaja. En momentos de enfrentarse a otro barco ocupaban aún los Lanza-Torpedos y, pese a que ahora ocupaban cualquier cosa como proyectil menos un torpedo, les eran de ayuda.
Habían sobrevivido a numerosos combates, tanto contra la Armada de diversos reinos-entre ellos España, Portugal, Inglaterra y un largo etcétera- como asaltos a navíos mercantes, de los cuales obtenían tanto como provisiones como productos para comerciar en Tortuga, New Providence y otros puertos amigos.
Muchos de esos puertos amigos los fueron haciendo en el camino. Habían conocido desde la mítica Sudáfrica hasta Singapur. Siempre manteniendo claro su objetivo: poder volver a casa. Habían visitado hechiceras de los más recónditos lugares de la Tierra conocida hasta ese minuto, sin embargo todas eran incapaces de devolverles a su lugar de origen: una fuerza superior a ellas se los impedía.
Nunca habían olvidado su objetivo, nunca antes de haber cumplido un año exacto de infructuosa búsqueda. Ese día uno de los tripulantes había sugerido activar el Escudo Anti Torpedos. No hay que olvidar que ese era el artilugio que, una vez operado por Liselot hacía tanto tiempo, les había transportado tres siglos al pasado. Todos se habían mostrado muy conformes con la idea. Liselot, sintiéndose una total tonta había presionado el botón que correspondía a dicho implemento. El cielo despejado se había nublado de inmediato y una fuerte tormenta eléctrica estalló. Los más avezados en ciencia llegaron a la conclusión de que el artefacto funcionaba en base al Campo Magnético, algo que cobraba cada vez más sentido a medida que la tempestad se fortalecía y que los truenos y relámpagos comenzaban a surcar el cielo. Un rayo había conectado con la cima de la antena y, en pocos segundos, tanto la antena, el escudo como el control estaban completamente destruidos. La tormenta cesó y el cielo se aclaró.
-Espero que haya funcionado-deseó un marinero.
Minutos después alguien gritó:
-¡Barco a la vista!-.
Todo fue mal desde entonces. El mentado navío era, a juzgar por su apariencia, un velero del siglo XVIII. Se acercaron a la baranda e hicieron señas a la gente que lo tripulaba. No pasó mucho rato hasta que ambas cubiertas estuvieron comunicadas y pudieron preguntar la fecha. El capitán los miró extrañado y les dijo el día que era… era exactamente el mismo día que antes de experimentar con el Escudo Anti Torpedos… seguían donde los habían dejado… no habían ni retrocedido ni regresado en el tiempo.
Ese mismo día, todos perdieron la fe, uno a uno y, poco a poco, olvidaron su objetivo de regresar al siglo XXI. Poco a poco comenzó a gustarles su nueva vida, aquella que durante tanto tiempo habían criticado y despreciado. Y así habían llegado hasta el presente.
-La verdad es que no ha pasado mucho. Ya conoces la rutina-bromeó Liselot al concluir la historia-. Luego nos atacó el Olonés y nos rescataste tú… por cierto, nos gustaría saber cómo llegaste a sus mazmorras-añadió.
-No es una historia muy digna de ser escuchada la suya, capitana Van der Decken, ¿o es que no está bien contada? –se burló el Calicó.
-Entonces espero que usted tenga una mejor historia que contar, sino esta será una reunión muy lamentable, ¿no le parece?-acotó Lowie con ironía.
-En eso estamos de acuerdo-concordó Jack.
Pasaron unos instantes de incómodo silencio en el cual cada uno se dedicó a consumir sus alimentos. Cuando ya estuvieron lo suficientemente cómodos como para terminar de ponerse al tanto, Lowie enarcó una ceja:
-¿Y bien? Estamos esperando la historia… queremos saber cómo llegaste a las mazmorras de Nau-aguijoneó.
-¡Oh, es una larga historia de contar!-exclamó el capitán Rackham con una sonrisita afectada, dando al fin inicio a la narración de sus aventuras.
Pues la verdad era una y nadie la podía negar. Aquella mañana de 1715, cuando se habían despedido a las puertas de la misma taberna en la que ahora comían y bebían hasta reventar, no había tenido precisamente claro su rumbo. El tiempo había corrido y, al cabo de unos meses, la tripulación que los marineros del Evertsen había conocido se había marchado de la isla enrolada en nuevos navíos. Como el dinero comenzaba a escasearle, había vendido su barco: The Tressaure, en una subasta oficiada en la isla, el cual había salido bastante bien pagado y, según las últimas noticias que había tenido, con curso a costas de las Indias Orientales.
Sin embargo, como buen pirata que era -retirado del rubro, pero pirata al fin y al cabo- se había dedicado a frecuentar durante medio año las mejores tabernas de la isla, a emborracharse como una cuba y a acostarse con las mujeres más estupendas que dichos burdeles tenían para ofrecerle. Y, para cuando 1716 había comenzado, estaba pobre como una rata, sin una sola moneda sobre el cuerpo. En un inicio, como todo filibustero, había sido capaz de aguantarlo y había seguido su vida tal cual lo había hecho hasta ese momento. Sin embargo, cuando había comenzado marzo de ese mismo año su persona era una maraña de deudas y entuertos económicos, y no había un solo comerciante en New Providence que lo pudiera tolerar; varios ya le amenazaban de muerte.
Entonces se había decidido recién a buscar empleo. Hubiese querido hacerse con la capitanía de un navío, la falta de dinero no era problema, nadie había dicho que lo compraría, sin embargo, no le convenía si consideraba que ese era el único puerto amigo que le quedaba y que, para los remates, era en el que vivía.
Había llegado a la conclusión de que era mejor hacerse un simple tripulante de un barco común y silvestre, de esos que tanto pululaban por esos parajes… el amotinamiento era la vía regia para la capitanía, eso lo sabía por experiencia propia. Así que se había decidido a recorrerse el muelle de New Providence de una punta a la otra durante dos semanas, teniendo resultados infructuosos.
Un día había llegado a su casa –una modesta casucha del barrio bajo, pareada a las otras construcciones de la calle, no os imaginéis un gran palacete, que no lo es- el gobernador de New Providence. Siendo una isla, las noticias corrían con gran velocidad y, en muy poco tiempo, no había un solo habitante que no estuviese enterado de las novedades. Por ende, el mentado hombre se había enterado de que Rackham buscaba urgentemente un empleo y, como él regía bajo la enseña del poderoso Imperio Británico, no le convenía en lo absoluto tener más piratas en su jurisdicción.
Como Jack era un hombre que bordeaba los 45 años y, sin embargo, no tenía menoscabo físico –por eso entiéndase que estaba entero, algo muy difícil si consideramos que su oficio era la piratería, que seguía siendo ágil y que estaba psiquiátricamente cuerdo-, podía considerarse el hombre perfecto para lo que él quería ofrecerle: tenía experiencia de sobra y, además, estaba entrenado para llevar una vida de acción.
Lo que el hombre quería ofrecerle era trabajo como informante y marinero de la Royal Navy para cazar a los piratas y corsarios franceses, quienes estaban en franca guerra contra Inglaterra desde hacía ya suficiente tiempo. Eran piratas al igual como él lo había sido, sin embargo como todo filibustero, veía primero su propia conveniencia y luego la ajena.
Así fue como Jack Rackham se enroló en la Marina Británica como salvoconducto de primer orden y terminó como Contramaestre bajo las órdenes del Capitán Charles Vane a bordo de HMS The Ranger. Navegó tranquilamente bajo su mando todo 1716, 1717 y, ya iban a cerrar 1718…
El ajetreo había comenzado temprano aquel día. La mañana del 23 de noviembre de 1718 los tripulantes de The Ranger habían avistado no muy lejos un navío francés. Debido al fuerte patriotismo que profesaban al ser marineros de la Armada sintieron deseos de tomar la nave gala. El objetivo de sus misiones siempre había sido capturar barcos pirata de procedencia francesa, sin embargo, para ellos tanto como los mercantes como los militares de dicha nación entraban en esa poco favorecedora categoría.
Inicialmente habían pensado que era un navío mercante, por ende el capitán Vane no había tardado en dar la orden de atacarlos. Sin embargo, a medida que se acercaban, notaron que era un buque de guerra. Vane ordenó huir y, pese a que la tripulación no quería acatar ese mandato, se vio en la obligación de obedecer. Sin embargo, eso lo crucificó.
La mayoría de sus hombres, aún molestos por el cobarde actuar de esa mañana, se reunieron durante la noche y, a la mañana siguiente perpetraron un motín liderados por el Contramaestre Rackham, quien por lo pronto volvió a ser capitán. ¿Qué sucedió con Vane? Fue abandonado en una isla desierta junto a los pocos tripulantes que le fueron leales… algo que no les valió de mucho, por lo demás.
Desde entonces, aburridos por la rutinaria vida que llevaban, izaron la Jolly Roger con todas sus ganas y adoptaron una nueva vida. Se dedicaron al asalto de pequeñas naves –conscientes de lo poco preparados que estaban aún para emprenderla contra bajeles de otras proporciones- y saltaron de puerto en puerto.
-Ahora la flota británica nos persigue-acotó Jack.
-No creo que en un mes se hayan enterado-replicó Lowie, menospreciando como siempre la forma de vida de la época.
-Puede que Su Majestad-dijo Jack con mohín burlón- no se haya enterado aún de esta traición, pero eso no quita que la flota de Port Royal me esté pisando los talones.
Ante eso Lowie no tuvo nada que acotar y la historia continuó.
El capitán Rackham podría haberse preocupado de sus propios asuntos y no haber vuelto jamás a ver a Liselot Van der Decken, de hecho ya tenía suficientes problemas como para preocuparse de los ajenos, sin embargo algo le decía que el asunto era importante. Apenas unos días después del motín se había enterado en la interesante Isla Tortuga de la presencia de un tal Contramaestre Sheefnek en el Mar Caribe. En una primera instancia había pensado en Lowie, sin embargo, las descripciones coincidían en un hombre maduro y arrogante, tal como él recordaba al padre de Lodewijk, aquel hombre contra el que se habían amotinado los marineros del Evertsen tres años atrás.
Se dedicó un día entero a saltar de taberna en taberna –que en la isla había muchas por recorrer- para captar suficiente información del hombre, presintiendo que su presencia precedía a algo muy serio, no en vano había dejado de oír por tanto tiempo de él, llegando a creerlo muerto luego del motín. No obtuvo mayor información de su cometido, pero sí fue capaz de encontrarse en el muelle a alguien muy conocido: Jean David Nau, capitán de L’Olonais. Arrastraba detrás de sí a una muchacha de apariencia altiva, ella no superaría los dieciséis años de edad. Algo le inspiró a seguirle, instinto quizá. Conocía lo suficientemente bien a Nau como para saber que algo tramaba, pese a que la escena no salía de lo común –era bastantemente normal verlo arrastrando detrás de sí con cuerdas o cadenas a algún pobre desdichado, a menudo mujeres o esclavos-. Hubiese abandonado su cometido a mitad de camino si el francés no se hubiese detenido y no hubiese dicho en dirección a uno de sus hombres:
-Lleva esto a Sheefnek de inmediato-al tiempo que le entregaba un mensaje.
El hombre se apresuró a desaparecer sin siquiera reparar en la presencia de dos hombres que aguardaban en la penumbra de la calle.
-Pronto vas a estar en tu nueva casa… Sheefnek estará complacido-dijo con sorna en dirección a la muchacha, y podríamos detenernos a detallar todos los improperios que le dirigió, pero no valdría la pena.
La mención al hombre que tanto buscaba sumado a la imagen de esa pobre desdichada le dieron una completa perspectiva de la situación. Se volteó en dirección al marinero que le acompañaba, quien ahora ejercía de Segundo al Mando.
-Sigan a L’Olonais-dijo.
-¡Sí, mi capitán!-exclamó el hombre al tiempo que Jack se alejaba-. ¿No viene usted, capitán?-preguntó.
-¿Acaso lo crees?-preguntó Jack mientras se perdía en la penumbra.
Acto seguido se coló a las mazmorras de L’Olonais, donde estaba la muchacha que había visto antes en la calle. Sostuvo una interesante charla con ella y, cuando anochecía, divisó a su propio barco a través de un boquete. Se despidió educadamente de la joven, prometiéndole que volverían pronto a verse, y se escapó del bajel. Al cabo de unos minutos estaba nuevamente al amparo de su propio navío.
A la mañana siguiente dos barcos se reunían delante suyo: L’Olonais y el catalejo le decía que el otro iba capitaneado por quien fuera antes el Contramaestre Dirck Sheefnek. Se unieron ambas cubiertas por una plancha, la muchacha pasó a la cubierta –y luego a las mazmorras- del navío de Sheefnek, hubo dinero y apretones de manos de por medio. Como había planeado, Rackham atacó ambos barcos, sin embargo The Ranger terminó hundido en el fondo del océano y su tripulación en las mazmorras de L’Olonais. Así transcurrió el tiempo hasta el encuentro con el HMNS Evertsen.
-Dime ahora, ¿te suena una Ivanna Van der Decken? Está en grave peligro…-.

Texto agregado el 18-01-2015, y leído por 128 visitantes. (2 votos)


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