DE VUELTA
Como todo y todas, yo también sueño. Sueño con viajar, convertirme en exploradora, en aventurera, en descubridora. Mi referencia fue tarde y la comencé a entener gracias a un programa italiano que se llama “Pechino Express”, donde famosos de la televisión italiana, agrupados en dos, competían bajo la dirección de un filósofo obsceno, mordaz y elocuente, la aventura de conocer el continente asiático y la magia que podría despertar cada paraje y situación extrema que la producción diseñaba para ellos y ellas en la India, Bangladesh o China. Era una forma de cruzar nuevos horizontes para descubrir viejas tierras y excavar bajo antiguos paradigmas.
Mis sueños, gracias a ese programa y mis propias aventuras, fueron forjándose y se manifestaron gracias a esas temporadas de tranquilidad, sentada o echada, delante de ese televisor que alimentaba mi provocadora manera de ver el mundo, desde ahí, como una expectadora en busca de nuevas aventuras.
Por eso, puedo afirmar, que mis experiencias en todos mis trabajos en Macerata (Italia), contribuyeron a crear y fortificar mi seducción infinita hacia la aventura, cosa que me parecía antes una pérdida de tiempo. Esas aventuras que tuvieron un poco de tortura pero que al fin y al cabo me ayudaron a viajar, gracias a mi imaginación, detrás de las ventanas polvorasas del Restaurante Dal Napoletano, hacia las murallas chinas y los campos de arroz de Bangladesh. Era una risueña forma de ver el mundo mientras me encargaba de limpiar los baños y sacarle brillo a la pared de la cocina, era mi preformarce para no sucumbir al miedo, a la angustia o la desesperación.
Siento nostalgía purísima al recordar mis veladas silencionas delante de trabajos silenciosos. Como por ejemplo acompañar a mis jefes a despedir el día con una tranquilidad porosa que sacudían sus cimientos. Desde el anciano médico que dormía con un gorrito multicolores hasta Rina que se desvivía por las actualidades poco racionales y fantasiosas de la gente de Macerata allá en Italia. Sí, siento nostalgia de lo que fui por cuatro años, una limpiadora provocadora de ventanas, lava platos “amateur”, escuchadora y asistente de anciamos meláncolicos, experta de compartimientos secretos, adicta a conversaciones obscenas, chismosa profesional y discreta; descubridora.
Pero esa aventura se traslado a otra parte de la tierra, me conduce hasta el momento a mi esmerada y tradicional capital, provocándome en la prueba de oro que tanto mi cuerpo y mi mente deseó por años.
¿Qué es pues más glorioso que llenarse de aventuras en su propia tierra?, más aún en Lima, en la que me siento más marginal que antes, más gallinaza, temerosa, sensacionalista, tímida y de voraz. Ahora me encuentro, usando la jerga de mis amigos San Marquinos, “en la ciudad veneno”.
Otra vez el sentido del viaje, tiene un color, aroma, sabor propio, porque regreso a casa, a escuchar más vándalismo, más escándolos que antes, más abandonos que antes, pero a su vez un horizonte de oportunidades que no pude ver hace cuatro años. Ahora, veo que si la flor está llena de polvo, la puedo limpiar con esmero.
Porque Lima es despúes de todo ese amor convulsionado que no pasa de moda aunque cumpla 480 años.
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