Sr. Embajador
Hace tiempo que no le ocurre nada semejante, una ridiculez después de todo, encima vestido de esa manera, en impecable traje de etiqueta, porque eso de pronto era mala suerte y también ridículo, nadie jamás podría haberlo convencido de lo contrario, de que así de golpe se despierte la tremenda picazón dentro de su gran nariz aguileña, casi hasta el extremo de volverlo loco y sentir en carne viva las inaguantables, irrefrenables ganas de rascarse con el dedo índice y metérselo, hundirlo por lo menos hasta la segunda falange y calmar por fin ese molesto ardor profundísimo; y parece mentira, por algo la impertinencia se llama impertinencia, porque bien podría haberle sucedido cuando estaba tranquilo en su habitación, mirando por la ventana hacia el gran jardín, en el momento de anudarse el moño impecable, o tal vez antes en el baño, rasurándose frente al espejo; pero no, tenía que ser justo ahora, justo a mitad del agasajo, la gran cena de gala brindada en honor a la visita de miss Dasy, en el preciso momento en que llegan los mozos con el sushi en especiales platos blancos de porcelana, bajo la blanca iluminación de las arañas. Para colmo tan difícil resistirte, tan escrupulosos los modales de etiqueta de embajada que deben seguirse, vaya ambiente pulcro si los hay, exigente, donde cada gesto debe ser medido y puntilloso, llevado hasta el extremo de lo correcto en materia de tratamiento; y él es el embajador, y como tal, todos esperan que sea el primero en seguir el protocolo al pie de la letra, hasta las últimas consecuencias. Pasados quince minutos aquello ya era de verdad inaguantable, sentía que la sangre no le irrigaba correctamente, no le llegaba a la cabeza, tenía la presión sanguínea por el suelo, tales eran las consecuencias del gran esfuerzo de aguantarse hasta el límite de lo posible, de no perder el control de su dedo, sobre todo su dedo; hasta miraba un poco nublado y los ojos le lloraban bastante, tales eran los síntomas que desde el otro lado de la mesa Miss Dasy habrá descubierto asombrada, lo encontró tan extraño, como ido; por un instante lo miró fijo, directo a los ojos, y muy cortésmente le preguntó Sr. Embajador le ocurre algo, se siente bien. Y bastó ese momento, esos breves segundos en que se alcanzó a preguntar de nuevo quién habrá inventado la palabra impertinencia y su significado, porque la pregunta de Miss Dasy le llegó justo cuando masticaba entusiasta una generosa porción de sushi, justo cuando perdía todo control de sus indispensables reflejos, justo cuando estornudaba en la cara de Miss Dasy para la risa de algunos y el asombro de casi todos.
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