Entonces ir y venir es siempre un retorno para encontrarme a mí misma.

En ti, no hay nada que se guarde. Ni tiempo. Ni muro. Ni puerta.
Aunque si ahora entendieras a éste pájaro que ya no vuela, se guardarían los silencios. O los adioses.
Hasta tu larga imagen de Rockefeller .
Mi manera de amarte se hace viento. Ya no cuestiona.
Ya no canto.
Y el cuerpo, que reconozco como antigua profecía, en puñado de palabras,
no promete mucho,
nada hay después de leer a Rulfo, sino sed e insomnio,
las angustias las reservo para cuando hagan verdadera falta. Como cuando suba a un barco. O a un avión. O para cuando vea nuevamente tus grandes ojos y me quede entre el decirte o no la confusión que me habita desde que aprendí a sustituirte por otras manos y otra boca. Menos feroz.
Definitivo, la angustia la guardo para morderme los labios antes de confesar que ahora me paseo por el terreno del romance y la ternura de otros ojos. Ni siquiera intente superarte. No hubo tiempo . No hubo de preámbulo tres cartas con un adiós,
o una borrachera para cortar de tajo,
como se corta la mala hierba,
tus "te quiero".
No hubo tiempo. Ni muro. Ni puerta.