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No sé qué playa era esa, tampoco sé a quién había ido a ver. El tema es que apareció ella de la nada en su convertible blanco, me hizo una seña para que subiera y bien, así lo hice.

Nunca vi sus ojos tras sus gafas oscuras
ni una vocal surgió de sus labios,
por un instante imaginé
que era un robot fabricado en Japón.

Es incómodo viajar con alguien que no conoces y que no tiene la menor intención de intercambiar palabra contigo, el paisaje escapaba vertiginoso, mis cabellos revueltos por el viento, el polvo, el calor del sol que se precipitaba sobre nosotros. Quise hacer un comentario sobre ello, pero no me atreví. Algo en ella, sino todo, me amedrentaba.

Parecía una diosa del olimpo
vestida con gusto inexplicable,
ni un suspiro, nada,
era bella pero tan, tan ausente.

Me dieron ganas de pedirle que detuviera el convertible para descender yo de él. No podía más. No es bueno viajar con una esfinge. Ella pareció adivinar mi pensamiento, puesto que giró su rostro hacia mí, sin expresión alguna. Se me quedó mirando tras los cristales por espacio de unos breves segundos. Luego, continuó como al principio, llevándome hacia lo ineluctable. Mi corazón pareció detenerse.

Las gotas gélidas del miedo
surcaron una a una por mi rostro,
sufría la tenue sensación de estar atado
a los goznes acerados de un presagio.

Cruzamos una gasolinera y allí se derrumbó la esperanza de que nos detuviéramos tan sólo por un instante. El sol continuaba cayendo a plomo. De reojo, contemplé su cuerpo, sus piernas perfectas, el busto preciso, su cuello alargado y su rostro sin expresión. Claro que temí, tenía el pálpito de haberme quedado atrapado en uno de mis alocados cuentos. ¿Quién era ella? ¿Qué poder tenía sobre mí?

El viaje se alargaba
galaxias, planetas, el misterio
el rumor del motor simulaba
el traqueteo lúgubre del carro
sobre el que yace el ataúd
hacia la tumba.

Inexplicablemente, la noche se desplomó de golpe. Sudé frío diciéndome por lo bajo: “esto no está ocurriendo” “pronto despertaré de esta pesadilla.” Imprequé con desesperación, pero, la mujer continuaba aferrada al volante, inmutable, gélida, tan gélida como la noche que se aposentaba en un paisaje de pavor.

Quise gritar y el grito se me congeló,
¿adónde vamos, cuándo se detendrá?
la mujer giró su cabeza y por fin sonrió
pero, no, no era más que una mueca
para mi terror absoluto.

El convertible blanco aumentó su velocidad. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Al fondo del camino se alzaba una feble empalizada. “Fin del camino” leí. En ese preciso instante, el vehículo aceleró aún más y nos estrellamos contra el cartel y sobrevolamos un breve trecho por el barranco antes que el convertible blanco se transformara en un amasijo de fierros crepitando en medio de las llamas.

-¡Amigo, amigo!
-¡Todavía está vivo!-escuché a lo lejos.
Eran dos hombres que intentaban reanimarme.
-¡Esto es realmente un milagro!
-¿Qu…qué sucedió?- pregunté con una voz que no reconocí como la mía.
Los individuos me inmovilizaron y sentí que uno llamaba a un servicio de urgencia.
-La sacó barata amigazo. Nadie cae en este abismo y queda vivo.
-Fue ella, dije con voz entrecortada.
-¿Quién? ¿Quién lo acompañaba?
-La…mujer… la mujer del…convertible blanco.

El hombre se persignó.
-Tuvo mucha suerte amigo.
-Allá abajo debe estar ella ardiendo entre los fierros quemados- dije e hice el ademán hacia el precipicio.
-Allá abajo no hay nada, amigo.
-¿Cómo qué no?-exclamé con rabia mientras sentía que el corazón se me aceleraba en el pecho.
-No amigo. No hay vehículo, no hay mujer, nada. Ya he escuchado historias similares. Sólo que la cuentan algunas mujeres de por acá. Algunas dicen que es una alucinación, que algo existe en la atmósfera de estos lugares que hace que los hombres pierdan la cabeza.
-¡Yo lo viví!
-¿Está absolutamente seguro?

Ya no supe que responder. Más tarde me enteré que existe una leyenda en el lugar que cuenta que una chica muy linda, pero muy distante, se pasea de cuando en cuando por algunos lugares hasta que encuentra a un hombre, lo invita a subir a su convertible blanco y lo conduce por la carretera hacia un lugar desconocido. Muchos hombres se han perdido y jamás han sido encontrados. Mi caso era excepcional. O bien, la mujer aguarda en algún recodo de cualquier camino para conducirme de una buena vez adonde sólo ella lo sabe. Porque en el fondo, creo que ella es… bueno, ustedes saben.





























Texto agregado el 15-01-2015, y leído por 282 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
05-08-2015 Buenísima historia! Carmen-Valdes
28-01-2015 GENIAL!!! jaeltete
21-01-2015 Excelente relato. La muerte siempre es motivo literario porque todos sabemos que nos espera en alguna parte. Alguna vez escribí algo ene esa línea y la titulé Noche de insomnio. Mis ***** negroviejo
16-01-2015 entretenido tu relato guido. La alternación entre prosa y verso resultó bien porque logra poner los pelos de punta del puro suspenso. Muy bueno. biyu
16-01-2015 En realidad existen estas historias donde el alma de un muerto,se hace presente y el vivo puede verla.La verdad es que es una historia paranormal como muchas y tú la cuentas de manera bella y atrapante. Creo me sucede a mí con un hombre y muero de terror. Estuvo excelente***** Un abrazo Victoria 6236013
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