Buscaron en hospitales, clínicas, morgues. Pasó noches enteras junto a su familia, rezando por su regreso, sin resultados.

Frente a ella, el pequeño mantel y los cubiertos se empolvaban. Mientras, a su paso, los vecinos murmuraban que él la había abandonado.

Ella se mantenía inalterable.

La vida siguió su curso, todos se fueron acostumbrando a la inesperada ausencia. Ella retomó sus tareas postergadas desde la desaparición. Con dedicación, trasplantaba rosas, podaba hortensias, abonaba buganvilias. De pronto miró el manzano, sonrío complacida. Los verdes frutos se daban mejor que en años anteriores. Quién diría que el infeliz sería tan buen abono.


M.D