Si bien no era un milagro, tampoco era algo tan frecuente en él: el tipo se sentía bien.
Y no era poca cosa.
Si en algo era un experto, era en complicarse la vida.
Rebuscado, retorcido, depresivo, eran tan sólo algunas de las muchas, ya demasiadas, acusaciones que alguna vez había recibido.
Desde ya aclaremos algo: lo seguía haciendo; estaba en su esencia, era una forma de ser que lo acompañaba desde que tenía uso de razón.
Su frase preferida era: "no hay mal que por bien no venga".
La repetía con orgullo... mientras una vocecita interior le susurraba: "no es tan fácil, no es tan simple".
De ahí la trascendencia de algo tan banal: el tipo se sentía bien.
Así, a secas.
Bien.
Muchas veces el tipo había dedicado a su pareja de turno una frase a modo de elogio, que para él significaba muchísimo: "me siento cómodo".
Y muchas veces fue malinterpretado.
Quizás la receptora de ese cumplido había minimizado su significado, o estaba esperando alguna palabra más pomposa y halagadora.
Es que el tipo tenía ese don de generar expectativas.
Muy contra su propia voluntad, pero las generaba.
Todos esos adjetivos exagerados y repletos de amor y cariño que una madre adjudica a su hijo, nunca habían cesado, ni de parte de su madre, ni del resto de las personas que lo iban conociendo y adoptando como compañero, amigo o pareja.
Hasta sus enemigos, que no eran demasiados, le reconocían muchas virtudes.
Y el tipo lo sabía.
Y trataba de compensar por cuenta propia.
El tipo no pretendía generar nada.
Lo presionaba demasiado la responsabilidad de tener que responder a tantas esperanzas centradas en él.
Pero desde hacía ya un tiempo, el tipo se sentía bien.
Y sacaba cuentas: "ya pasaron tres meses, y el doctor me dijo que, a lo sumo, serían cuatro".
Puede parecer extraño, pero esa última semana que estuvo en coma, esbozaba una misteriosa sonrisa... |