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Bacante Sacra

La primera vez que Kelila entró en tratos con la Biblioteca de Alejandría tenía dieciséis años, llevaba dos de ser explotada por un proxeneta que la había comprado a bajo precio y la ofrecía en un lupanar del barrio de Eleusis, donde se encontraban los centros de placer. El prostíbulo era paupérrimo y la mayoría de sus compañeras eran demasiado viejas.

Por su juventud era la primera elección de los clientes, de manera que debía atender a muchos, no podía ser selectiva, por tanto, la primera virtud que debió cultivar fue la indiferencia. Extrañamente, su casi niñez y total sumisión a los requerimientos del público pasaron frente a los clientes como una virtuosa depravación.

Con todo, su reputación se extendió a tal grado en Alejandría que un tal Adelphos se fijó en ella. Era un sacerdote del templo de Isis, entre sus obligaciones estaba frecuentar los prostíbulos en busca de candidatas para pertenecer al séquito de cortesanas del Templo. Después de probar los servicios ofreció una sustanciosa cantidad al lenón que no rechazó.

El templo en donde trabajaría en nada se parecía a los tugurios donde se había vendido. Era una construcción majestuosa rodeada de jardines imponentes y arboledas cuidadas, ahí estaban las cabañas donde se atendía a los clientes. Los ingresos iban destinados en su mayor parte al templo y a la biblioteca pero se les permitía a las prostitutas conservar una fracción de ellos.

Nuevamente fue su indiferencia la causante de la notoriedad entre los asiduos. Tan joven como era, llamaba la atención su sumisión a los usuarios, pues estaba dispuesta a llegar más lejos incluso que las profesionales marchitas que sólo en base a la degradación mantenían a algunos clientes. Acostumbrada a una escuela dura donde la negativa no existía, no le importaba someterse a los caprichos más oscuros de quienes la buscaban por su reputación de depravada.

Por la cantidad de dinero que aportaba al templo se le premió con el título de Bacante Sacra. El nuevo título adicionaba otra obligación, y era el de asistir a las cenas de los sabios y complacerlos cuando se hartaban de sus pláticas filosóficas. La tarea la ejercía con indiferencia, sin embargo, al poco tiempo su visión sobre el asunto cambió.

En los festines de los sabios se sentaban en largas mesas a discutir y las Bacantes Sacras debían escanciar su vino, tocar la lira o simplemente cantar para hacer sus horas más amenas. Kelila no destacaba entre las usuales bellezas que solían verse deambulando por el lugar, aunque su voz si le daba cierta aura que llamó la atención de un matemático bastante anciano que la invitó a sentarse a la mesa.

Las bacantes atendían a los estudiosos en una habitación íntima e imponente. Era una suerte de semicírculo de dos niveles; una planta baja elegante y acogedora que estaba subordinada a un altillo que ocupaba un nivel superior y la dominaba. Desde el primer nivel se alzaban nueve columnas dóricas de mármol negro, que representaban los tallos de papiro y las musas, que sostenía el segundo piso, el cual constituía una suerte de terraza que bordeaba las paredes superiores del recinto decoradas con dioses, predominaba una escena de Isis con alas de milano, abriendo sus brazos para bendecir a sus hijos y devotos. A bajo había divanes mullidos donde los estudiosos expulsaban los fluidos y deseos que aseguraban bloqueaban el flujo de energía necesaria para entender los vericuetos del saber.

Una noche en que se hablaba de teorías morales, donde los estoicos cerraban filas en torno a las opiniones de su difunto maestro Zenón, la discusión se tornó acalorada, pues los estoicos no salían de su obstinación y los peripatéticos estaban al borde de acabar con los argumentos a puntapiés.

Kelila dijo una ocurrencia graciosa que provocó la risa general e inesperadamente ganó la estima general. Desde aquella noche, Calixto, el viejo matemático, la tomó como amante y solicitó a la Biblioteca permiso para tomarla como discípula. Aunque la petición era poco común, no era extraordinaria, pues ya había ocurrido antes en situaciones similares.

Fue de esa manera como Keilia se convirtiera en una de las pocas amantes mujeres de Calixto, y su única discípula, cosa que la llenó de orgullo, sentimiento que no experimentaba desde su niñez.

Los avances fueron rápidos, de modo que la llenaron de vanidad y fue entonces cuando recibió la mejor lección por parte de Calixto cuando le dijo: “Mientras más se ignora más se cree saber, así que lo primero que debes hacer es subyugarte al hecho de la propia ignorancia; una vez conseguido, sólo entonces la humildad invita a la ciencia”.

Todo estudio es lento, requiere de paciencia, y ella quería mirarlo como un paseo, donde lo que menos le interesaba era el destino. No sabía si su suerte cambiaría a la muerte del anciano o si dejara de serle atractiva pero, en tanto, ese era el mejor camino que la vida le había trazado.


(Segundo sobre prostitución y drogas)

Texto agregado el 10-01-2015, y leído por 339 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
11-01-2015 La virtud de la indiferencia, muy difícil de lograr. rentass
11-01-2015 Ahhh mira que buen texto, con la calidad que te conocemos. Ahora dime... ¿habrá continuación de este?, el final me parecio abrupto... veremos. Cinco aullidos en la biblioteca de Alejandria. yar
11-01-2015 Es un cuento muy bueno. Lo interesante es que en la historia del personaje la cuestión sexual pasa a segundo término ante su destino al encontrarse con el conocimiento. Dan ganas de saber más de su historia posterior. Gatocteles
11-01-2015 Extraordinario!!! el ambiente, el personaje, la historia... todo atrapante. Genial amigo, sin duda eres una de las mejores plumas de la pagina! musas-muertas
11-01-2015 Atrapante el cuento, además exponés la historia de una manera que es amena leerla. No sé, por ahí es una intuición, pero también tenés dotes de buen novelista. biyu
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