Inicio / Cuenteros Locales / gandhibleu / ROMPIMIENTO DEL SUEÑO
[C:550874] | ||||
Había dejado de escribir desde ese día; ya no conocía las palabras, las letras le sabían a nada y el canto de sus escritos se había quedado sin voz. Desde ese día el miedo se había adherido a su piel, a sus entrañas, a su rostro; ya no sonreía, el miedo lo hacía por él, lo suplantaba al latir, al respirar, e incluso, al vestir. Ya no existía, era el miedo el que ahora vivía por él. El miedo le había ganado la partida en un juego que lo tomó por sorpresa, un juego del azar que lo había cambiado para siempre. En cuestión de una milésima de segundo su vida se transformó en tiniebla, en desolación, en ruidos internos que acallaron su voz y silenciaron su mente. Sus pensamientos quedaron en blanco, como una hoja destinada para ser llena de letras, palabras, sueños, poemas, historias; pero en su hoja, en sus pensamientos, no hubo nada que escribir; cada letra, una por una, fue desapareciendo hasta dejar el papel en blanco para ser arrugado y arrojado a la basura; y ahora su mente había cambiado de color, el papel se había transformado de blanco a negro, a oscuro; la oscuridad que representa la muerte, que representa el miedo. Pasaban los días, y al abrir sus ojos cada día, soñaba con haber despertado de aquel mal sueño, pero no; día a día cambiaba un poco más, sus ojos, sus manos, sus pies, su rostro, su cuerpo; poco a poco, y sin darse cuenta, se iba transformando; su otro yo ya lo estaba venciendo y cada vez lo dejaba más débil y sin fuerzas para despertar. Su vida se tornaba insoportable, no sentía el paso de los días, de las lunas. Su transformación aceleraba, lo mataba de a poco y no le permitía pensar, aclarar su mente, si es que su mente ya no estaba corrompida. Sentía pánico de mirarse al espejo, no quería ver a través de sus ojos en lo que se había convertido; su imagen en el espejo no tenía nombre, era indescriptible. Ya no salía, permanecía encerrado, no permitía la intromisión de persona alguna, aunque siempre pareciera que hubiese dos personas en el cuarto; comía poco y cada vez dormía menos, le daba miedo soñar, aunque se preguntaba realmente cuál sería el sueño y cuál su vida real, o, si tal vez, se habían unido para burlarse de él. Su vida, la de ahora, le recordaba esos relatos que solía escribir, llenos de misterio. Pareciera que estuviese escribiendo su propia historia, que estuviese contando una vida oculta o, tal vez, mostrando su verdadero rostro. Pero se negaba a aceptar, cada vez que se miraba al espejo, que ese, el rostro que veía, fuera el suyo; creía, y esperaba, que en cualquier momento fuese a despertar, a abrir los ojos y toparse con su verdadera realidad. Y llegó a convencerse de que su vida real era esa, mirarse en el espejo, contemplarse por largo tiempo y acostumbrarse a su nuevo rostro; creía que la imagen que descubría a través del espejo le hablaba y le susurraba en silencio palabras que no entendía, que no conocía, palabras que, lentamente y sin que él se diera cuenta, se transformaban en él y se adherían a su piel; pensaba que estaba volviéndose loco y que esa locura le había llevado a olvidarse de escribir, a dejar las palabras a un lado y clausurar sus letras. Había dejado de escribir desde ese día, desde el día en que su mente se transformó en un papel sin letras y no podía recordar nada. Intentaba evocar recuerdos, pero se escondían, estaban ocultos en lo más profundo de su cerebro y se negaban a ser vividos una vez más. Pero una noche, en la que el cielo no había pintado la luna y las nubes hubieron de ocultarla para dejar caer sobre la tierra sus mágicas lágrimas, se dejó vencer, y después de tantos días sin dormir, el sueño le ganó una partida. Entonces, soñó; pero el sueño le pareció tan real, que sintió que lo estaba viviendo. Era de noche, en medio de la oscuridad no podía ver bien, pero pudo notar que estaba muy cerca a la orilla del mar, llovía, y sentía, en sus manos, un peso más de lo debido, cuando las miró, notó que en su mano derecha cargaba un cuchillo no muy grande, afilado, y en el borde, un hilo de sangre le bañaba la mano; pensó que se había cortado, pero no vio herida alguna, fue entonces, cuando sus ojos, haciendo un enorme esfuerzo, alcanzaron a divisar el cuerpo de una persona bañada en sangre; sintió temor, en su mente se cruzó por un momento que, tal vez, el demonio que todos llevamos dentro había actuado y lo había convertido en un ser despreciable, incluso para él mismo; corriendo, llegó hasta el cuerpo que flotaba boca abajo muy cerca a la orilla, le dio vuelta, y la sorpresa y el asombro ante ese rostro, le llevó a tropezarse, a caerse, a casi desmayarse; el espejo de la realidad le mostraba un rostro sin rostro, era el rostro del miedo el que flotaba inerte sobre esas aguas. Lo tomó en sus brazos y se adentró con él a las profundidades del mar, y cuando pensó que ya estaba lo suficientemente hondo, lo dejó caer. Entonces, despertó sobresaltado, sin poder respirar; pensó que el mar se había desbordado mientras, lentamente y en silencio, se aferraba, dejándose llevar, por las profundidades del mar. Afuera continuaba lloviendo… |
Texto agregado el 10-01-2015, y leído por 753 visitantes. (2 votos)
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login |