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Miedo a la oscuridad
Por Alexandro Faviano
De noche no podía pegar un ojo porque mi miedo a la oscuridad pasó de ser un miedo infantil a una horrenda pesadilla viviente. Cada vez que se apagaban las luces podía sentir a las criaturas acechando en la oscuridad. No podía ni siquiera ir al baño del miedo. ¡Por Dios! El sonido que provenía de sus aletargadas gargantas era insoportable y hacía que mi sangre se congelara.
Lamentablemente una noche se había cortado la luz de toda la casa y fue en ese momento cuando las criaturas empezaron a salir de las sombras gimiendo, arrastrándose por los pasillos y rasguñando las paredes. Del miedo me tuve que tapar con la frazada hasta la cabeza. Al principio empecé a escuchar los pasos por el pasillo y luego dentro de mi habitación. Mi vejiga no pudo contener el miedo e hizo salir un poco de orín por mis pantalones.
Cuando quise enfrentarme a mis horrores, lo único que pude ver fueron sus horribles rostros fantasmales. Seres desfigurados, almas en pena suplicando ser salvados. Uno estaba en mirando a la pared golpeándose la cabeza con una especie de martillo. Su sangre rebotaba una y otra vez. Otro, que no tenía piernas, se arrastraba gimiendo del dolor, sin embargo en vez de hacerlo por el suelo lo hacía sobre el techo. Otro que parecía una niña pequeña, estaba en la esquina gimiendo y balbuceando algo que parecían ser súplicas. Cuando se dio vuelva para mirarme noté con horror que no tenia ojos y que de su boca salía hilos de sangre oscura y seca. Las criaturas estaban acechando por toda la habitación y yo no lo podía soportar más.
Justo en ese momento recordé que tenía una botella de agua bendita que le había pedido al padre Pedro el otro día. Cuando saque el brazo para abrir el cajón algo me mordió arrancándome un pedazo de piel. El dolor era muy real, sin embargo tenía que intentarlo nuevamente. Tome coraje nuevamente y agarré la botella. Rápidamente me rocié entero con la sensación de sentir un olor extraño. Juraría que me sentía a salvo empapado completamente con la bendición del Señor. Me levanté de golpe para tratar de salir de la habitación, mientras las criaturas fantasmales pululaban por la todos lados. Lamentablemente necesitaba más que eso para darme valor. Con la última gota de valentía recordé también que tenía una vela que había robado del atril de la Virgen María. Me dispuse a encenderla para poder ahuyentar a los espectros. Con el brazo sano abrí el cajón y de golpe sentí como si algo lechoso me rosaba. Eso me puso la piel de gallina pero finalmente cumplí mi cometido.
En el segundo que el encendedor pestañeo, una llamarada me envolvió completamente. Al principio no entendía lo que estaba pasando pero a medida que el fuego comenzó a tomar forma me di cuenta que me estaba prendiendo por completo. Mi carne se consumía más rápido que mis pensamientos y no podía entender porque estaba pasando eso. En un segundo de lucidez, me arrastré sobre el suelo para apagar las llamas pero era imposible. Sin querer golpeé con mi carne casi consumida la mesa de luz y la botella de agua bendita cayó al sueldo. Antes que el fuego terminara de achicharrar mis corneas pude ver la etiqueta de la botella que decía “Ron Bacardi 151 - Beber con moderación - Graduación alcohólica 75%”.
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Texto agregado el 10-01-2015, y leído por 113
visitantes. (3 votos)
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Lectores Opinan |
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10-01-2015 |
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Jajaja.. Las desventajas de no abstemio. Saludos! TuNorte |
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10-01-2015 |
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Esa ~aguita~es bendita,salvo por la resaca.Un Abrazo. gafer |
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