VIDA BOHEMIA
Emelecio Agramonte, por cosa del destino nunca se casó.
Su vida bohemia pasó rápidamente entre tragos y risas sin darse cuenta. Cuando llegó a la capital de provincia, consiguió un trabajo bien retribuido. A partir de ése momento se entregó por completo a los placeres, convirtiéndose de la noche a la mañana en un tahúr y en un asiduo bebedor; disfrutaba a plenitud de la vida.
Rodeado de amigos, mujeres jóvenes y bonitas; sin ningún compromiso, ni responsabilidad alguna.
Todas las noches frecuentaba una sala de juego y expendio de bebidas, acompañado de amigos que le hacían la vida alegre y entretenida. Los tragos, risas, chistes, aplausos; las buenas comidas eran notorias. Al día siguiente llegaba al trabajo como si nada hubiera pasado, entregándose a las faenas diarias. Llegada la noche, se daba un refrescante baño, cenaba y salía elegantemente vestido a divertirse. No pensaba en las enfermedades, vejez; mucho menos en la muerte.
Ahora, pasado el tiempo, recluido en una sala mal oliente de hospital; sin familia, ni un amigo y, por desgracia; sin la compañía de una buena esposa que le haga llevadera su existencia. Entre tragos, cherchas y aplausos, se le fue la fuerza. La enfermedad rápidamente afloró, asumiendo la caridad, el compromiso de llevarlo a un hospital público.
Allí, con sus ojos débiles y hundidos, quejándose por el terrible quebranto, sin el apoyo de un familiar o de un amigo, se dio cuenta con tristeza, el grave error que había cometido con su triste vida. Quiso dar marcha atrás al tiempo.
Cerró los ojos con amargura. Al rebuscar en su memoria, vio los hijos que nunca tuvo, rozagantes y hermosos, llenos de vitalidad; pudo verlos caminar por la sala del hospital. Ellos indiferentes los miraban a la cara. (Alucinaba) Extendió una mano, en su subconsciente, los llamó; pero los vio retirarse sin poderlo evitar. Su rostro se nubló al pensar en ese bello momento, sostenido por las manos de sus hijos y socorrido por la esposa que no tuvo.
Dos lágrimas afloraron a sus ojos tristemente cerrados. La vida se le iba. Entonces, sin querer, exclamó con fuerza.
« ¡Madre mía…..! ¿Dónde está….?» - Recordó con tristeza a su madre. En ese largo tiempo, nunca supo de ella. Si vivía o estaba muerta.
Quiso llorar, levantarse de allí; pero fue imposible, la muerte rondaba la sala del hospital, lo señalaba con su guadaña y una sonrisa en sus labios deformados.
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
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