(Este es un relato de un sueño que tuve hace cinco años)
Fue la otra noche
Como es la rutina: limpio mi cara de los restos de smog del ajetreo diario, tomo una pastilla, apago la luz, cierro los ojos y dejo de pensar.
HASTA QUE APARECES...
Sentía que revolvías hojas secas sobre mi vientre
No parabas de reír, yo no podía gritar y tú
Ríes cada vez más fuerte.
No logro verte, pero siento tus manos escarbando mi cuerpo como si yo fuera un montón de tierra que esconde el tesoro que buscas por tantos años.
Logras entrar por mi ombligo, al rato sales llevándote toda la luz de mi cuerpo
Y yo, quedo inmóvil.
La sangre dejó de correr, el corazón no marcha, no siento mi cuerpo, creo que ya no necesito respirar. Me transformo en una especie de noche encajonada, el cuerpo muerto y el alma encerrada, forrada en piel, carne, huesos, polvo.
Un punto de luz pequeño comienza a flotar en la habitación... está como perdido y se va por la ventana. Desaparece tu maldita risa y se escucha un ruido muy fuerte como si sacudieras el techo de la casa.
Aún puedo pensar pero siento que bajo como una hoja seca
De allá para acá... cortando la gravedad con mi cuerpo liso.
Desaparezco.
Luego vinieron los llantos, las flores los amigos y enemigos. Por fin soy el centro, la protagonista y, nadie me ve.
Me paseo entre ellos, siento que floto, sigo el cortejo pero nadie me ve.
Cuatro hombres con sombrero de copa cargan el envase de mis restos
No puedo ver sus caras, caminan de frente pero sus cabezas miran por sobre su hombro izquierdo.
Parece que solo yo sé que no pertenecieron jamás a mi vida y ellos los hombres sin rostro repiten la única frase que recuerdo de mi funeral:
“las palabras son malandras que se visten de madera”
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