Nadie le preguntó si quería ser considerado un falso dios. Bastó que vieran su estético cuerpo como compuesto por alimañas y antiquísimos demonios para que lo homenajearan con tan distinguido título. Encerraron aquél monumento a la belleza en una prisión semejante a las de la Inquisición, y día a día (no se aventuraban a entrar de noche) lo exhortaban a que dijera su nombre. Luego uno de los viejos como por eludir la mirada del recluso indujo a que se detuvieran a ver al maligno si no era un demonio japonés, con su pelo largo y negro como una rosa, piel de nieve, etc. Se evidenciaba una inquietud, se entretejía que los viejos indagadores no estaban muy seguros de la demonología asiática.
¿Qué aguardas para decirnos el nombre? –preguntó un hombre torvo.
El falso dios se abrió el traje y empezó a exudar un humo que fue des-construyendo las paredes de piedras pulidas. Distribuyó la humareda a sus órdenes por la piel de los hombres la cual los desintegró y como si de un acto de escapismo se tratara deshizo todo como en una ilusión soñada por otro. Por último se desvaneció y solo dijo:
-Los demonios japoneses no hablarán por vosotros.
Y con estas enigmáticas palabras cambió el día en una noche de veneno.
Fin