El comienzo de la eternidad,
se da en aquel patio andaluz
de pisos en blanco y negro,
y un brazo que, compinche,
vegeta, recorriendo tu cuello.
A veces sonrío al recordarlo,
al fin y al cabo de la juventud,
no guardo múltiples sucesos.
Lo encendido de una hoguera
mirada en lo negro de tus ojos,
el caoba de tu pelo al viento,
y mi aliento, apenas contenido,
en la agitación de esa noche.
Ágilmente el tiempo concluyó,
mi memoria guardó registros,
pese a los destinos errantes,
y a las deformes intenciones,
con que me he autorizado
a divagar en necia insistencia,
desde siempre y por siempre.
En estos días de imposibles,
estoy retornando a pensarte,
queriendo nuevamente habitar
los baldosones de aquel patio,
y conversar con la luna y vos
junto a una lumbre que te adorne. |