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LA ÚLTIMA PIEDRA

La noche aun rondaba por las calles mientras del otro lado de la habitación, yacía el cuerpo de Emma entre sabanas viejas y espacios vacios, murmurando entre sueños. Los destellos de la luna se estrellaba con delicadeza en su piel, dejando entre sus rayos de luz un rastro de frio y soledad. Jamás me apartare de su lado – decía entre susurros-, inclusive si para ello, tuviere que dejar mi alma entre sus manos. No recuerdo exactamente el día en que la conocí, pero sí recuerdo que fue la primer persona que me sonrió después de tanto tiempo; al ver aquel encanto de una mueca desconocida, mi sangre se acumulo rápidamente en mis mejillas ruborizando mi rostro. No solía hablar con nadie, los únicos sentimientos que conocía hasta ese entonces eran los que producía la soledad y la tristeza; a su lado ya no me sentía así. Me sorprendió la fácil que era para ella hablar sin dejar de sonreír, por un momento creí que se le rompería la cara de lo fina y bella que era, pero conforme ella hablaba iba sintiendo una gran calidez en mi pecho, como si mi corazón hubiese querido escapar de mi para estar más cerca de ella, y entonces lo entendí, se había robado mi alma, no me molestaba en lo absoluto que así fuera, me había enamorado.

Todas las tardes solíamos caminar juntos, la conversación llegaba a ser tan simple que en ocasiones olvidaba lo que estábamos hablando. Así fue durante mucho tiempo; recuerdo que antes de despedirnos, ella siempre tomaba una pequeña piedra del suelo, la limpiaba un poco con sus manos y me decía – cuídala muy bien-, no entendía por qué lo hacía, sin embargo solo me importaba que ella me la hubiese dado; algo tan insignificante se había convertido en un recuerdo tan valioso dentro de mí, y mientras el sol moría lentamente en el ocaso, la sombra de su silueta acariciaba sutilmente mi mejilla robándome un suspiro ocasional.

Una tarde como todas, en medio de risas y platicas sin sentido, un aire de tristeza y vacio inundaba aquel lugar, al principio me sentí afortunado, sentía como si ese breve momento fuese solo nuestro, no existía nadie más, no quería a nadie más pero al llegar el momento de despedirse, ella no tomo ninguna piedra, tan solo me miro en silencio y se acerco a mi tan delicadamente, que antes de darme cuenta, me encontraba prisionero entre sus brazos ; un miedo profundo empezó a apoderarse de mi, como la calma antes de la tempestad, no quería que me soltara pues sentía que sería la última vez; y con un ligero beso en la mejilla, ella me soltó se marchaba llevándose consigo mi alma.

Antes de que despertara tome sus manos y muy suavemente, deje la última piedra que ella no me dio; y como perdido entre la niebla mi cuerpo se desvanecía entre los primeros rayos de luz que anunciaban la llegada de un nuevo día.

Texto agregado el 02-01-2015, y leído por 310 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-01-2015 interesante tu narrativa yosoyasi-
 
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