Desperté esa mañana a las ocho de la mañana con un dolor de cabeza que no puedo describir, mis manos sudaban tristeza, y mi boca saboreaba tu indiferencia, nunca pensé que nueve vasos de pisco iban a saber tan amargos en mi resaca.
Me destrozaste, sí… eso pensé cuando pasamos tu cumpleaños en ese bar, cuando te regalé ese anillo que me dijiste que te gustaba, cuando pasábamos el tiempo estudiando, riéndonos, o haciendo cualquier estupidez… cada momento contigo me hacía sentir único, pero sin quererlo, y tal vez sin quererlo tú, te fui conociendo demasiado, mucho más de lo que quería en algún momento. Es que era inevitable, juro que eras una mujer diferente a todas las que he conocido, pero fue tan fatal el error de no poner barreras, que pronto me di cuenta que sólo era para ti lo que según todos éramos: amigos.
Ese cumpleaños pensé que sería todo diferente, me dije a mi mismo que me iba a declarar, que todas las horas que gastaba en pensarte, en responder tus mensajes valdrían la pena, pero no fue hasta que tu sin quererlo, me cortaste las alas, me robaste las cartas de magia e hiciste tus conjuros cuando me dijiste “Me gusta él”. No sé si mi cara se habrá desfigurado cuando los tres mil cuchillos clavaron mi corazón, no sé si te diste cuenta, no sé si fuiste capaz de darte cuenta que nuestra amistad no se pudo escapar de las manos, nuestra amistad no fue un loco amor de verano, nuestra amistad es sólo eso, amistad… a menos que este dolido corazón se decida a arriesgar contra vientos y mareas, lograr parcharlo y poder declararme, a la mujer que hace mis sentidos enloquecer, y la inspiración que tiene a mis dedos escribiendo con tanto desenfreno.