Navidad, Navidad dulce Navidad…
Cuando por fin acaban esos días de obligatoria felicidad, es cuando siento un gran alivio. Simple ¿verdad?
Todo vuelve a su grado de absoluta tranquilidad, sigo odiando al vecino, al gobierno de turno, a los parientes lejanos y pesados, quizás se salvara alguna prima que está muy buena, pero sigamos con la lista. Devolvamos al abuelo a su retiro dorado, para él no, pero si para los demás, cosas de la vida… miro a todos con cara de pocos amigos, me devuelven esa mirada de: ¿qué estás mirando idiota? Bendita rutina del odio, el egoísmo bien entendido entre miembros de esta raza de animales que piensan demasiado. No nos tocamos, no nos hablamos, miramos al infinito sin otra cosa que evitar cruzar esa mirada que por una de aquellas, delatara nuestra soledad, nuestra desgracia, nuestra mezquindad hacia el otro. La navidad lo estropea todo, lo revuelve, lo disgrega en un mar de fingida felicidad, de obligado perdón. ¡No, imposible me niego! no quiero parecer lo que no soy los restantes días de mi existencia. Alguien me dijo alguna vez, o tal vez fuera lo que he leído en algún libro, pero bueno es que ni siquiera en estos momentos de regocijo voy a tener paz, no dejo, ni quiero hablar conmigo mismo, no quiero pensar si es mejor la Navidad, o no, prefiero que sea una fiesta impuesta por nuestra iglesia, eso me reconforta, ya que me da esperanzas de algo artificial, pero puede que todo sea verdad, que sólo sea un espejismo, la vida en si puede que sea un sueño, o tal vez una pesadilla ¿quién lo sabe? ¿Quién murió el otro día? ¿Qué nos pueda contar? La vida está pensada para que no la cuentes, sólo vívela, padécela. Ahora eso sí, cuando llegue la Navidad tienes un momento de felicidad, o eso me han contado. Puede ser que alguno quiera disfrutar tal y como dictan los cánones del calendario. Yo, no soy nadie para impedirlo, pero sí que puedo seguir odiando a todos los que dicen, o parecen divertirse. Deberían sentir lo mismo que yo, faltaría más, ¿no somos todos iguales? ¿O no?
¿A qué la vida debería de ser una Navidad eterna? De seguro que muchos estaréis pensando lo mismo. ¡No y no! ¡Imposible! ¿Qué somos? ¿Animales racionales? ¿Nos movemos por el afán de subsistencia, o por el amor al prójimo? ¿O quizás la raza humana hubiera desaparecido por culpa de esa amor que tanto pondera en estas fechas? mejor elegir la supervivencia ¿No os parece más razonable? Entonces ¿qué conlleva tal elección? Natural, odiar a quién puede que te quite esa carne que necesitas para vivir y darle un futuro a tu descendencia. Somos animales que necesitamos, estamos obligados a procrear para dejar nuestra impronta en este mundo. De esa manera seremos inmortales, cuya finalidad está escrita en la sagrada Biblia, en donde dice claramente, que nos multipliquemos, para que desgraciados como nosotros vivan la experiencia de la vida, no del amor fraterno. Claro luego vino Jesucristo para enmendar el asunto, pero queridos amigos-as, fue demasiado tarde, demasiado para unos humanos acostumbrados a matar, o ser matados… De ahí el fracaso, el fiasco de tal empresa. Y ahora quieren que nosotros disfrutemos de ese nacimiento fracasado, errado en el tiempo, nos obligan de alguna manera a amarnos los unos a los otros en pos del nacimiento de un ser que vino fuera de su tiempo ¿qué esperaban? ¿Qué querían? Estaba más que claro, con solo dos dedos de frente que tengo yo, también hubiera predicho el fracaso de tan descabellada misión…
Lo oigo, lo sé, ese ruido, ese subir por las escaleras, sé perfectamente qué alguien viene para salvarme, o convencerme. No lo conseguirán, estoy al acecho, tengo ventaja, estoy esperando…
¡Un perro! Eso es todo lo que son capaces de enviarme, ¿con eso pretenden convencerme?
—¿Dime animal, qué tienes qué decirme?
—¿De qué te quejas imbécil? Entre los recortes y que tú no eres tan importante, ¿qué esperabas?
—Pues… la verdad. No sé algún interlocutor con el qué pudiera dialogar sobre lo que me preocupa y me encoleriza.
—Nada… nada, con un perro te conformarás y da gracias que hablo, que si empiezo a ladrar, ni te enteras. Escúchame bien y presta mucha atención a lo que te voy a decir: durante la noche van a venir tres seres, no me preguntes, ni quienes, ni cómo, ni de qué forma vendrán, pero sí te aseguro que será para salvarte de ese odio que te corrompe las entrañas.
—No pierdas el tiempo, me conozco el cuento y dudo mucho que me persuadáis de alguna manera.
—¿Qué haces mordiéndome las zapatillas?
—¡Qué quieres, sigo siendo un perro!
—¡¡Maldito chucho!!
Al fin me deshice del can, muy fácil a patadas lo despedí, espero que no vuelva a molestarme. ¡Será posible! que semejante ser fuera enviado para convencerme, insultante y lamentable.
Ahora a esperar que vengan los supuestos, espíritus, o lo que sea…
Las 8 las 9 las 10 y así la noche negra y pesada va consumiéndose sin que aparezca nadie ¿será todo mentira?
Ahora lo entiendo, esperan que me aburra, que me arrepienta de todo, me retracte de mis palabras, ¡Incrédulos! ¡Inocentes! Qué poco me conocen…
Por fin las doce, estoy ojo avizor, no pierdo detalle, mis sentidos están a flor de piel. Siento como mi corazón late, digo, galopa. Oigo los incestos, sí, todos los bichos, los siento de manera qué los tuviera dentro de mi cabeza. Lo reconozco soy un medroso, estoy tapado con todas las mantas que tengo. Asomo lo justo para respirar, aunque sé lo que va a acontecer, pero mis miedos pueden más que yo. Será un arrastrar de cadenas, será feo, será horrible, lo podré soportar, espero que sea indoloro y pronto.
La una… nada, las dos, tampoco… el tictac del reloj va cada vez minando mi espíritu la lucha entre yo, y mis creencias fueron ya hace tiempo fulminadas por el miedo…
Ahora, por fin parece que algo, o alguien se mueve, se esfuerza en ir a mi encuentro. Más aprieto, más las mantas alrededor mío.
Alguien, o algo las apartan, me destapan, cierro los ojos, no quiero verlo, no quiero saberlo.
—Valiente idiota, tú no estás en contra de la Navidad.
Abro los ojos, ante mí un viejo en silla de ruedas, que digo, un vejestorio. ¿Y esto va hacerme recapacitar, esto es lo mejor que tienen?
—Soy la navidad pasada, ¿qué esperabas? Algún adonis, alguna ninfa…
—Más que pasada, podridas, diría yo…
—No te burles, atento a la primera lección que cambiara tus ideas anti-navideñas…
—Ni lo sueñes que vaya contigo, tengo sueño y prefiero dormir.
—Si te piensas, qué porque vaya en una silla de ruedas es que estoy paralitico, vas muy equivocado…
De alguna manera que no puedo, ni me pidáis que explique me encontré de repente en lo que llamaría algunas de las navidades pasadas, pero por alguna razón que se va de mi entendimiento aseguraría que no fue ni de lejos la mía. De todas maneras le seguí el juego al vejete, a ver si de una vez me dejará en paz. Fue mostrándome la vida de alguien al que pudiera reconocer, él, pero yo sólo recordaba, que ese no era yo. A algún mal nacido pertenecía. A mí, imposible. Debió ser muy malo ese personaje, ¿pero yo, qué podía hacer? ¡Que le den! mis pensamientos estaban bastante lejos de esos acontecimientos, que sin duda me importaban un rábano. El ser, parecía complacido al ver mi actitud hipócrita de quien fingía un falso arrepentimiento…
—Me alegra mucho tu actitud, sí quieres que te diga la verdad, me dijeron que eras un hueso duro de roer, pero veo que estaban equivocados. Sigue así, puede que te salves…
—Ha sí, muchas gracias abuelo… esperaré al siguiente con toda impaciencia…
—No dudes que vendrá, a no más tardar… adiós, y cuídate…
El viejo con un saludo se despidió ¿Cómo? volando ¿De qué manera sino?
La noche avanzaba, el frío aumentaba a razón de las horas nocturnas. El dormitorio se tornó cual frigorífico de 4 estrellas. El vahó salía de mi boca lo mismo que un empedernido fumador. Mis manos agarrotadas apenas podía sujetar las benditas mantas que me ofrecían una provisional protección ante la inevitable venida de algún espíritu atormentador, pero como siempre la puntualidad no era su fuerte, así que me conformé y deseé que se olvidaran de mí persona.
Una estruenda aparición aconteció despertándome de mi duerme-vela. Un esperpéntico personaje se me presentó: dijo ser mi abogado. Mal vestido con unas gafas a punto de caerse de su gran nariz. Pelo alborotado, calzando unas enormes botas que de seguro pertenecían a algún payaso de circo. Llevaba un maletín al que le sobresalían los papeles perdiéndolos a la misma velocidad que se movía. Hablaba, o bien mejor dicho tartamudeaba, no sin escupir mientras intentaba hacerse entender.
Una rabia incrédula se apoderó de mí ser, deseando que reventara tal personaje. Lo mismo que los lagartos expuestos al duro sol del verano.
—¿Pero, de qué me está hablando, para qué necesito un abogado? Estaba a punto de perder la paciencia, iracundo y desilusionado lo miré con cara de pocos amigos, y atento a su contestación.
—Según mis pape… les… les… —muy nervioso y tembloroso empezó a abrir su maletín con tanta mala suerte que esparció todos los documentos por la estancia— Bueno… como… como… le iba diciendo… su juicio le espera… espera… espera… tendrá que seguirme… no puede faltar… faltar… fal… tar… tóqueme los… los… pantalo… nes… por… por… fa… vor… de esa manera… lle… garemos… enseguida… da… da… da…
Qué remedio, resignado le hice caso y al momento me encontré en una gran sala:
En el centro presidiendo la misma, un Juez con estrafalaria peluca y puntiaguda nariz. Armado de un mazo descomunal, me echó una fría y dura mirada, lo mismo que a un niño malo. A su derecha el jurado, formado, por 12 monos, a cual más loco. No paraban de reñir entre ellos, defecar y orinarse encima de sus respectivos asientos.
Detrás de mí, el público, formado por impávidos maniquíes, mudos y muy quietos, de mirada perdidas, todos iguales… sus rostros mostraban una eterna sonrisa de auténticos idiotas.
—¡¡Silencio en la sala!! —La autoritaria voz pronunciada por el juez, dejo paralizados a los juguetones monos—. Va a empezar el juicio y quiero la máxima atención.
¡¡Señor Fiscal empiece su alocución!!
—Señoría, señores del jurado, estimado público… he aquí un hombre que no cree en la Navidad, reniega de lo sagrado de estas fechas —los monos empezaron a ponerse nerviosos y tirándome toda clase de inmundicias, dejaron de manifiesto su futura condena.
—¡¡Protes…to…to.. Señor… ía… ía…!! Con una vocecilla de niña intentó el esperpento de mi abogado defenderme del aluvión de inmundicias.
—¡¡Abogado!! —Resaltó el juez iracundo—, su defendido se merece eso, y mucho más. No hay lugar a protestas… Siga Usted señor fiscal.
El fiscal con su máscara de polichinela: ojos grandes, cejas muy marcadas y anchas, una sonrisa enorme donde los dientes bien marcados le daban un aire terrorífico, rematado con un sombrero en forma de cucurucho, con las mejillas pintadas de un color rojo muy vivo. Todo hacía prever la antipatía hacia mi persona. Una risita de hiena precedió a su continuada verborrea:
—Señoría, señores del jurado y distinguido público, después de la interrupción del letrado, seguiré con las acusaciones: ¡¡Es una afrenta, un acto terrorista, no solo no le gusta la Navidad, por lo que no escribe, ni felicita a nadie, que encima odia a todos los que la celebran, se esconde en su casa, en donde ve pasar los días, hasta que después de Reyes sale poco a poco iniciando su cotidiana vida. Insultante, depravado, no podemos consentirlo. Por eso apelo a la sabiduría del jurado, para que se le aplique la más dura de todas las condenas!!
El Juez me miró con cara de pocos amigos, los monos siguieron ensuciándolo todo, el fiscal se frotaba las manos acompañado por sus risas guturales. Los maniquís, los únicos que parecían estar a mi favor, por lo menos seguían allí, quietos e impávidos al linchamiento que me veía expuesto… en un momento de pánico y desesperación mi abogado lanzó el maletín, se desnudó y salió corriendo perseguido por los monos, que a la vista estaba que tenían unas intenciones más que deshonestas… tuve que asistir a la violación de mi abogado, entre gritos de dolor y alaridos, pidiendo socorro. El Juez se estaba divirtiendo, apostando con los monos, a ver cuánto duraba el letrado. El fiscal seguía con su arenga de discurso. La atmosfera se sumió en un alocado tufo a sexo depravado. Yo, en ver el peligro más que evidente intenté huir. ¿A dónde? Ni idea, pero la urgente sensación de escapar podía más que la lasciva curiosidad, por saber que sería de mi abogado, así que de un salto, pasé por encima del infeliz rodeado de monos salidos y opté por poner pies en polvorosa… ¿qué pasó? Qué me di con toda la cara contra lo que parecía una puerta, estaba pintada sobre una dura pared, sangrando y dolorido, oí a mis espaldas como todos se reían, el Juez, el fiscal, el abogado sodomizado, los monos locos y incluso creí oír a los impávidos maniquís.
—¡¡Apresarlo!! —La voz del juez no dada ningún género de dudas, imposible escapar—, ahora mismo dictaré sentencia ¿qué ha decidido el jurado? —Uno de los monos se adelantó y profiriendo sonidos animalescos, que sólo el juez entendió, por lo que él mismo empezó a traducir—. El jurado en su sabiduría y excelencia ha dictado lo siguiente: encontramos al acusado culpable de todos los delitos y recomendamos a este tribunal, se aplique la condena de pena máxima —siguió con su parrafada—, por lo tanto: le condeno a poner buena cara a la Navidad, a hacer tantos regalos que se arruine, a cantar villancicos, a ir a la misa del gallo y a escribir a todos tarjetas de felicitaciones. ¡Alguacil! que se cumpla la sentencia.
Durante un tiempo que ni se parece al real, estuve cumpliendo mi penitencia ¿Cuánto tiempo? imposible expresarlo, medirlo o simplemente padecerlo. Fue lo mismo que 40 años, pero cuando volví a mi dormitorio, diría que sólo pasaron un par de horas, pero a mí me parecieron una eternidad. ¿Cambié de parecer? ¿Amaba de verdad la navidad? O más bien, en cuanto regresé a mi dormitorio, bien calentito entre mis sábanas, se me olvidó todo el sufrimiento. La verdad el tiempo pasado, escribiendo felicitaciones sin parar, besando y felicitando personalmente a todo el mundo, bailando y cantando villancicos sin parar, se me antojaba muy lejano…
Falta uno, y sé que es el peor de todos, ¿pero lo saben ellos?
Sigue avanzando la noche, los gatos en celo maúllan desconsoladamente en busca de hembras, el sonido de la campana rompe ese silencio que corta el duro frío de la noche. Sonidos lejanos de arrastrar de pies de desgraciados, que por su trabajo madrugan para que los demás estemos calientes en nuestras acogedoras alcobas.
Al momento, el tarareo de una canción muy conocida llega a mis atónitos oídos…
—La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta, porque no tiene marihuana que fumar…
¡Qué veo! ¡A un Ángel! Pero… algo va mal… no puede ser… ¿Miedo? ¡No! Asco más bien…
Mientras avanzaba hacia mí, sentí vergüenza ajena, el presunto ángel, sucio, descolorido, con las alas perdiendo las plumas, iba cojeando haciendo eses con una botella en la mano, destrozando la canción con su desatinada voz. Por fin a duras penas llegó a mi altura. El tufo a alcohol era más que evidente. Sus ojos de beodo rivalizaban con su mal equilibrio.
Me habló, o intentó hacerlo:
—¡¡Mentira!! Todo… mentira… no te creas nada, tienes toda la razón… no existe nada que se llame Navidad… te lo puedo asegurar… ¿me ves verdad? Te preguntarás cómo he llegado hasta este estado de decrepitud, pues te lo voy a contar, sin pelos en la lengua…
“Me prometieron, que si convencía a los ingratos como tú, me ganaría el estar al lado del Padre. Trabajé con ahínco y mucha devoción, convencí a muchos. Cuando pedí se me reconocieran mis méritos, me dijeron que tenía que rellenar varios impresos y acudir a un sinfín de ventanillas. Aburrido de escribir formularios y visitar las ventanillas. Al final tuve que abrir una reclamación. ¿Sabes lo qué me contestaron? Qué el puesto estaba ocupado, tanto a la derecha como a la izquierda ¿Cómo, respondí yo? ¿No tiene el padre infinidad de lugares en sus dominios? ¿Es qué existe el espacio y el lugar en el reino del Padre? Nada supieron responderme, nada de explicaciones, nada más; que era un dogma de fe, y ante eso, no se admiten reclamaciones. Empecé a comportarme de forma rara, discutía, ya no quería acometer ninguna misión, frecuentaba los lugares inapropiados para un ángel… incluso fui tentado por el maligno… pero aún en mi corazón tengo la fortaleza para impedir que el mal invada mi alma… no sé cuánto resistiré. Mi psiquiatra me aconsejó que aceptará esta misión, pero dudo que tú seas fácil de convencer…”
Mientras reanudaba el estribillo de la canción, lo miré de hito en hito, no daba crédito a lo que escuché… ¿otro que intenta convencerme, o apoyarme? ¿Esto olía a trampa, o era verdad?
Las arcadas del ángel vomitando me sacaron de mis reflexiones.
—Ven aquí compadre, juntos cantemos…
Me puso el brazo por los hombros, y cual compañero de toda la vida fuimos cantando la canción de marras…
—La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta, porque no tiene marihuana que fumar…
Por esos lugares que a ningún mortal le fue presentado, anduvimos mi nuevo colega y yo. No sé si estábamos en el cielo, el purgatorio, o el infierno, pero el paisaje no prometía nada halagüeño… tengo que reconocerlo de alguna manera ese ángel me convenció, y yo también fui bebiendo de ese elixir que tanto le gustaba a él.
A duras penas y dando tumbos llegamos a una especie de taberna. Con dudoso nombre de: “Las alas caídas” su aspecto equivaldría a cualquier antro de la tierra, lo único singular era que, entraban y salían volando números parroquianos; que evidentemente no necesitaban caminar, pero mi camarada en absoluto podía volar y yo, como comprenderán, menos…
Entramos, a lo largo de la barra varios ángeles de aspecto triste y descuidados consumían con fervor devoción. Las voces inundaban el ambiente que se volvía por momentos ensordecedor, el humo del tabaco lo invadía todo, dando el aspecto brumoso de las miasmas estancadas de alguna insana laguna. El olor acre a sudor, traspasaba mis narices.
Los dos fuimos recibidos, por una algarabía de ángeles beodos preguntando por nuestras andanzas y penurias. Algo extrañado por este recibimiento al que no estaba acostumbrado, pero algo en mí, me dijo; que siguiera el paso a todos ellos.
El caso debo decirlo, el sitio me era muy familiar. Algo en ese antro me sonaba bastante. No sabría explicarlo con más claridad, una sensación… una intuición… llámenlo como ustedes quieran, pero era muy fuerte. Me excusé y pregunté por los lavabos, a lo que todos me miraron muy extrañados, claro pensé, los ángeles no tienen genitales… a lo que rectifiqué, haciéndome entender; que quiera asearme un poco… con risitas y guiños me dirigieron a la puerta del fondo.
Había espejos, grifos, en donde el agua salía de un raro color azul, la iluminación aunque muy fuerte no molestaba a la vista. Desde el fondo del habitáculo una voz me saco de mi ensimismamiento:
—¿Limpio Sr. Martínez?
—¿Qué? —respondí atónito.
—El calzado Sr. Martínez, está bastante sucio —respondió con mucha confianza.
—¿Pero cómo sabe usted quién soy? —respondí curioso.
—Por favor Sr. Martínez, usted es cliente habitual, dejando buenas propinas.
—Se equivoca usted buen hombre, es la primera vez que acudo a semejante sitio… —contesté dubitativo, no estando muy seguro de mi respuesta.
—¡Vamos, vamos! No se me enoje, usted acude aquí todas las noches cuando su cuerpo descansa, su alma nos visita en busca de sus compañeros de alas caídas.
La verdad pudiera ser, fui atando cabos, retazos de memoria. A mí mente acudieron varios episodios de sueños en el que frecuentaba aquél lugar, que luego se disipaban en cuanto me levantaba de la cama, tan pronto como ponía un pie en el suelo.
—Ahora está usted algo aturdido y confuso, pero ya verá como poco a poca va entrando en confianza, por cierto. Tengo entendido que usted odia la Navidad y por supuesto a todo aquél que le guste. ¿Verdad?
El pintoresco limpiabotas me miró directamente a los ojos, con esa mirada inquisitoria intentando leer en mi semblante la respuesta a su pregunta.
—No me diga más, —siguió hablando—. Las personas son malas, egoístas por naturaleza, sé que le molestan los vecinos, los conductores de autos, los maleducados moteros, los ruidos de los borrachos, que a las tantas de la madruga le despiertan de su placido sueño, la publicidad de juguetes y colonias que en estas fechas inundan los programas de televisión. La lotería de Navidad, la cara de estúpidos a los que les toca un dinero que les hemos pagado entre todos… y un sinfín de hipócritas y estúpidos congéneres a los que eliminaría usted, de un plumazo… no se preocupe, tengo la solución a sus problemas…
En el suelo, a sus pies me enseño una maravilla, algo que necesitaba con urgencia, algo que me sacaría de mis problemas y de una vez por todas repartiría justicia en estas navidades de puro consumo, algo a lo que sin duda, ni el más avispado Rey mago, hubiera ni siquiera pensado en regalarme, pero allí estaba, hermosa, de un color amarillo chillón para que se vea bien, manejable con una sola mano, con un depósito para varias horas de funcionamiento. Una sierra bien dentada, afilada, para cortar mejor, el sueño de todo asesino en serie. Una estupenda y nueva moto-sierra.
—Melchor, ¿tú piensas qué nos hemos pasado con el Sr. Martínez?
—En absoluto Baltasar, es el tipo idóneo, ha superado todas las pruebas.
—No sé compañeros, puede que sí, que odié la navidad, pero matará a todos sin excepción.
—Gaspar, eso es un riesgo a correr. Ten en cuenta que sí, morirán algunos, pero la mayoría son de los que creen en Papá Noel, o se disfrazan de él. Nuestro deber es eliminar la competencia, al precio que sea. ¿A cuántos Reyes magos veis vosotros, cuántos se disfrazan de nosotros? quitando algunas cabalgatas, casi nadie, y no digamos de los belenes. El día de Reyes para los niños ya no es el 6 de enero, va pasando poco a poco al 25 de diciembre. Papá Noel lo invade todo. O reaccionamos, o desapareceremos de las fechas navideñas…
Fin.
J.M. Martínez Pedrós.
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