La sombra, tiene esa manera bien simple
de seguirnos para no perder los sueños.
se nos adosa con pretensión de sí misma,
como si nosotros, fuéramos su niño exterior
y nos prestara su identidad por un instante,
permitiéndonos divagar que somos reales,
mientras ella, habitándose, no tiene dueño.
Por eso, autónoma, deambula por el suelo
o se aproxima fraterna en muros y paredes,
evitando puertas y ventanas cual grulla vivaz,
o de pronto, se desvanece para renovarse,
erizada en ondas, cuando menos se espera.
Suele ser graciosa esta sombra cuando juega
celadas con nuestra propia figura, fugándose,
imposible de aferrar en su vanidad sin alas.
Goza su independencia sin arrepentimientos.
En ocasiones nos precede, sin marcharse lejos,
y otras, con cansina resignación nos persigue.
Como muchas veces a nuestro propio destino,
poca atención le damos a nuestra buena sombra,
cuando uno y otra son parte de nosotros mismos.
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