Me había embobado completamente de él, estaba justo en ese paso después del límite, donde ya no hay vuelta atrás, me enamoré de su alegría pero también de todas sus heridas, de su lucha, su resistencia. Por inercia sedí al impulso, y no me quedó más opción, que decirle mientras terminaba de comer. Comía a bocados pequeñitos, como si tuviese todo el tiempo del mundo para saborear cada mordisco, como si pudiese engullir la vida hasta que le creciera el cabello de nuevo, y accedí de manera muy torpe a decirle, todo, a recoger todo mi miedo, mi cariño y tristeza en una vasija pequeñita y darsela sobre la mesa. La respuesta fue un no, quizás el más dulce que alguna vez recibí, creo que hasta eso me gustó aunque me doliera. A partir de allí se inicia un ritual usualmente, se llora tal cual recomienda Cortazar, y se dejan ir las fantasías. El tiempo sinembargo nos mantendría juntos, y yo no podría negarme a una amistad tan honesta, más cuando de esas hacen falta. Se hizo un nido en mi cuarto, para discrepar del reloj unos días y buscar ahogar el invierno por el bosque, entre pasos de tierra y comida improvisada reímos las tardes, hasta que cayó la oscuridad. Dormido a mi lado en una cama individual, el contacto era tentador, pero peligroso, ya tenía mi adorada respuesta y debía respetar las condiciones aunque no fuesen nunca de mi agrado. Para la 1 a.m. pienso en abrazarlo, me muevo por el costado muy lentamente, pero el miedo no me deja. A eso de las 2 a.m. tomo algo de aire, pongo mi mano en su vientre, esperando alguna respuesta. El reloj voló y yo no puedo cerrar un ojo, las 3 a.m. parece un buen momento, quizás porque a esa hora uno no piensa de manera muy lúcida o porque el mundo deja de importar un poco, trato de acercarme a pasitos de un caracol que camina de la tierra a la luna. Golpea el tic-tac hasta caer las 4 a.m. y no contengo un vaiben que traigo en la cintura, me acerco un poco, aún muy lentamente, ya a esta altura, mis brazos habían podido aferrarse a él, y mi pelvis colisionaba contra sus nalgas en un movimiento constante, como la marea golpeando suavemente la madera. Pierdo la noción del tiempo, él al fin reacciona y todo estalla, vuelca sus olas hacía mi, me despoja de mis velas y el mar pierde sentido, toma mi mastil, y lo sumerge entre sus redes. Ahi inicia una tormenta soleada, ya no sé qué es real, el nido se desacomoda, y un vaso al borde del mundo, cae contra el suelo. Yo trato de poner tonos rosas pero todo es un caos, él me toca como una sirena que solo desea ahogar a un marinero, y logra ahogarme dentro de él, trato de besarle pero se niega, trato de tocarle pero también rechaza mis manos, todo se vuelve muy mecánico, él me carga de polvora, como si solo quisiera ver como me derramo en espuma, y nada más, yo me tumbo sobre el suelo con una canción en mi cabeza a todo volúmen que no para, cada vez es más violento pero no le escucho respirar, y la duda me mata, no sé si es la obligación o el miedo, no sé hasta dónde están los límites, navego sin rumbo a su mano. Jamás temí tanto encallar a solas y amanecer desnudo sin nadie a mi lado, en la playa de siempre, pero él sigue, tambalenado este mastil sobre agua hasta que yo no puedo más, nunca liberé nada de mi, pero ya no podía continuar, volví a ver por la ventana y el sol había salido, me puse la ropa, y comprendí que estaba en tierra firme, me recosté a dormir.
Desperté a su lado, él miraba su celular y no mencionó nada al respecto, tuve mucho miedo de que todo fuese solo un sueño o de que realmente haya pasado, no sabía qué era peor. A mi lado al parecer aún no amanecía, porque entre unos arrecifes de coral yacían los restos de un vaso hundido. |