Rocío bajó corriendo los escalones tras escuchar a sus padres discutir en la habitación contigua. Se quedó sentada al borde del último peldaño, muy quieta. Observó frente a ella el árbol de titilantes luces multicolores. Sus lágrimas de niña, que recién se asoma a comprender la vida, multiplicaba en singulares destellos luminosos los adornos y luces que se encontraban dispuestos en perfecta armonía. Enjugaba su rostro, volvía a sollozar; se sentía desamparada, impotente y temerosa.
Escondió su carita entre sus rodillas, ovillándose para refugiarse en un pequeño rincón de sí misma. De pronto escuchó el azotar de una puerta. Sobresaltada percibió a su padre pasar raudo junto a ella, ignorando su presencia. Le gritó: "¡¡Papá, papito!!"... pero la ofuscación ensordece a los adultos.
Ella quería saber qué había hecho mal; ¿Era su culpa?, ¿Por qué sus padres se peleaban tanto?. Subió corriendo hasta donde se encontraba su madre, en cuanto ésta la vio cruzar el umbral la tomó entre sus brazos e intentando disimular el llanto le dijo bajito: "Tranquila, no es nada, no es nada...", pero la niña no lo creía.
A la mañana siguiente todo era silencio en casa de Rocío. No había villancicos, ni actividad, sólo una aparente calma. La madre hablaba desde el teléfono ubicado en la cocina. La vio pasearse nerviosa y gesticular vivamente, supo que hablaba con su padre pues en un momento gritó: "¡¡Javier, no nos puedes hacer esto!!". Rocío se acercó al árbol; en el pesebre había un ángel celeste, ya desteñido por el paso del tiempo. Dada su antigüedad, nunca le permitieron tomarlo, pero ella lo asió cuidadosamente entre sus pequeñas manitos. La figurita tenía un rostro muy pálido, y dibujada, una hermosa sonrisa condescendiente. Una lágrima de Rocío cayó sobre la faz del ángel, ella juraría que por un momento la figura tuvo un destello de luz blanca y transparente. Entonces con toda su fe, desde su corazón clamó: "Angelito, te ruego; permite que mi papá vea que este es su hogar, que somos su familia, que no nos abandone".
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Mientras tanto en su oficina, Javier hacía el esfuerzo de concentrarse y trabajar. Aquella mañana había amanecido sintiéndose enfermo y mareado. Parpadeaba apretando sus ojos de forma constante, pretendiendo con ello mejorar su visión. Conforme pasaban las horas, comenzó a notar que cuando las personas se le acercaban, se dibujaban alrededor de ellas aureolas verdes, amarillas, grises… "seguro es la falta de sueño, la ansiedad y el nerviosismo de los cambios que vienen", pensaba para sí.
Entró a la reunión programada...
Su desempeño fue destacado por el Gerente General, mas de reojo observó que alrededor, en sus colegas, se dibujaban aureolas en diferentes tonos de verde, no entendía, jamás había vivido algo así. Regresó a su oficina, presionó sus sienes mientras sentía que la cabeza le estallaba. Tomó el celular y llamó a su amante para quedar en el restaurante de siempre, buscó sus cosas y se fue. Al reunirse con ella, se percató que ésta se encontraba rodeada de pálidos destellos amarillos, que subían en intensidad al hablar de cómo repartirían los bienes, las propiedades y los autos con la que fuera su mujer.
Esa noche volvió a la casa familiar. Apenas entró, vio a la pequeña lanzarse a sus brazos rodeada de un rojo intenso y brillante, al mirarse, se vio a sí mismo iluminado del mismo color. Al momento de estrechar a la niña el rojo creció en destellos fantásticos, que abarcaban casi por completo la habitación. Cuando vio a su mujer el rojo fue total… se abrazó a ella y juntos se quedaron por minutos incontables en un abrazo intensamente rojo, inquebrantable.
El ángel había concedido el deseo de Rocío, el padre era ahora capaz de ver el color del amor verdadero.
M.D
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