Fue una mañana ordinaria para los huérfanos asilados en la institución que se ubicaba en la costa de la colina. Se levantaron a las seis y pronto se dirigieron al refectorio. Era un lugar lúgubre donde la poca luz hacía las comidas parecerse tanto que era casi imposible distinguir las patatas de las verduras. Todos comían silenciosamente, en este orfanato no era tolerado el comportamiento no adecuado. Los niños fueron exigidos de actuar como pequeños adultos, entonces actuaban como humanos mayores de edad sin ninguna protesta.
El sol brillaba en el cielo y la naturaleza invitó para disfrutar los placeres de la época veraniega inmensamente. Rayos minúsculos zigzagueaban en el aire tibio. Pero las clases matinales no dejaron escapar a nadie de sus deberes. Detrás de las ventanas ojos ansiosos escrutaban las imágenes del paisaje dorado mientras las maestras trataban de transmitir los conocimientos en vano. A mediodía algo extraño ocurrió: la maestra raquítica decretó que no habría clases en la tarde y los alumnos podían disponer del tiempo para que les apetecieran. Dos de los destinatarios se miraron a escondidas, con una desapercibida sonrisa que borraron en el momento siguiente. Pero esto fue suficiente para que se entendieran.
El almuerzo pasaba lentamente y cuando acabó, los huérfanos desbordaron los alrededores del antiguo edificio. Una niña y un chico se diferenciaron de la muchedumbre con rumbo menos habitual que apuntó a una loma que se situaba más alto que el establecimiento. Al principio caminaban despacio pero tan pronto como ganaron una distancia segura, apretaron sus pasos así que llegaron a su destino corriendo. De aquí les esperaba una vista rara, docenas de aviones estaban cruzando el firmamento añil como si estuvieran preparándose para una batalla enorme en el cielo. Sin embargo no había guerra. Unos científicos habían descubierto un asteroide dos días antes que avanzaba justamente hacia la Tierra con letal velocidad. Vino del infinito, había conseguido disimular su llegada durante mucho tiempo. Al verlo los peritos avisaron a los líderes anunciando el fin del mundo conocido debido a su tamaño y a la imposibilidad para frenarlo. No hubo tiempo que perder, los líderes y los más ricos del mundo habían organizado el plan con motivo de sobrevivir. Sin comunicación (hay que evitar el pánico, murmuraban a sí mismos) subieron a aeroplanos de todos tipos. Los más afortunados y prestigiosos apuntaron a las estaciones cósmicas trayendo despensas gigantescas, otros planeaban quedarse volando hasta que fuera posible, regresando a la tierra cuando el impacto ya se hubiera agotado. Algunos de los informados buscaban asilo bajo de la tierra escondiéndose en casamatas subterráneas. Pero la mayor parte de la gente estaba ni siquiera consciente del destino con lo que iba a hacer frente.
Por unos momentos se asombraron del espectáculo desconocido, el cielo lleno de aviones pulidos, reflectando la luz solar. Un punto aún más luminoso apareció que se hacía más deslumbrante y corpulento con cada minuto. La niña se puso a recoger flores, el otro la siguió en silencio. Sólo el canto de los grillos se podía oír y los dos niños se adormecieron en su ser infantil donde no existía ni tiempo ni conciencia cuya nunca-durmiente bestia devoró las sensaciones más ligeras, dejando atrás las que envenenaron el alma. Así jugaban ellos, ocultados de los ojos del mundo agonizado. De repente el chico gritó: -Mira!, señalando con el dedo un globo insoportablemente lúcido. – Un sol nuevo! Y el sol nuevo rutilaba con más fuerte que el viejo reanimando temor y admiración. Los grillos se callaron, ruidos extraterrestres tomaron la palabra. Cuando el impacto pareció inevitable, fue como si el fenómeno se hubiera dado cuenta de que iba a hacer algo impropio y con un estrépito diabólico roncaba a través de la tropoesfera rozando la Tierra. En su camino rápido se encontró con muchas aves artificiales de esa manera barriéndolas del cielo inexorablemente. La Tierra gruñó en su resentimiento, se estremeció antes de que se hubiera calmado de grado en grado. En ese momento el niño notó que estaban agarrándose las manos, mirando la caída de docenas de aeroplanos en una imagen majestuosa mientras podía sentir el latido del corazón de la niña por medio de sus palmas juntadas.
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