A la vuelta del cine
Es más que agradable esa sensación, y misteriosa la razón por la que al volver del cine, después de una cena que a propósito le sabe ligera, Emilia corre las sábanas y mira en el fondo de esa cama el verdadero teatro de los sueños, donde se puede lanzar de cabeza porque allí no hacen falta las butacas que inútilmente después de media hora siguen con su pretensión de ser cómodas, ni tampoco la extrema realidad ficticia estampada con arte casi siempre mediocre en una gran pantalla y espléndido sonido, además Emilia ya está en la almohada, ahora solamente es esperar a que venga el sueño seguramente dulce de esa noche, porque es un mundo seguro el que Emilia va tejiendo del otro lado del telón de sus ojos, y a ese mundo Emilia ya le hizo nacer una ciudad, a esa ciudad una casa de tantas, a esa casa una ventana de tantas, y en esa ventana es donde hará aparecer el dibujo de una silueta que viene trepando fatigadamente, entra por fin en la habitación donde Emilia sueña que el dibujo de una silueta entra por fin en la habitación donde Emilia sueña, Emilia sueña, pero no sueña, porque en su sueño Emilia está despierta, y sí, es tan dulce como indudable, es el dibujo de una silueta porque Emilia lo esta viendo, se da cuenta que es el protagonista de su propia película sucediendo en su habitación donde Emilia sueña que Emilia no sueña, porque Emilia cree que está despierta, en su casa, en su ciudad, en su mundo seguro, donde su propio protagonista tendría que ser el héroe capaz de salvar a todas las mujeres, que no debería porqué tener el puñal en una mano ni vestirse de negro, porque es absurdo, ahora es absurdo estar despierta, se dice Emilia porque también es absurdo que la silueta se acerque a ella de ese modo, le tape la boca, y Emilia no pueda gritar mientras se mira por última vez en el fondo de esos ojos, por Dios, esos ojos.
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