Manuel, el mío más chico, trabaja de lunes a viernes por allá, en Villa Lía. Que trabaje de lunes a viernes está bueno, Silvia. Le permite venir a buscarme los sábados y que paseemos por el centro. Sí, sí, todavía tiene la misma camioneta. La Ford esa que usted conoció cuando la llevaba a la Maruja al baile. Exacto, esa roja grandota, media hecha percha ya.
Y, ahora está de jardinero en lo de una señora. Vio usted que el siempre fue tan prolijito, desde que iba a la escuela, desde chiquitito. Me acuerdo que tenía todos los lápices ordenados por color, en la cartuchera grande. Y a esta señora le hace un trabajo bárbaro en el patio. Está encantada. No, no creo que la conozca, es una mujer grande ya. Tiene una mansión, no le miento. Media amarillita y con muchas habitaciones. Espero que algún día la podamos invitar a que la conozca. A la mansión y a ella.
Toca el piano, no es de acá pero se vino a vivir hace poco. Le gustó la tranquilidad, el silencio ¿Qué raro Silvia, no? Que a una pianista le guste el silencio. Dice Manu que le gusta más que otra cosa. Que tiene que llevar aparatos eléctricos, todos muy silenciosos.
Le paga bien, sí. Y encima en blanco. Pero lo que lo contenta más a mi bebé es que a cambio ella le da clases de piano gratis. ¿Se imagina? Nuestro negro Manuel sentado, con las manos sucias, llenas de la tierra de las margaritas y las rosas, tajeadas por las ortigas, con los dedos grandes y oscuros, tocando esas finísimas teclas blancas de cristal o de marfil. No, Silvia, no sé si en verdad son de cristal o de marfil. Pero a mí de chica me decían eso, usted sabe que nosotras de piano no entendemos nada. Cuanto mucho habremos visto una que otra guitarra desafinada, cuando el mosco López la bajaba del armario, la desempolvaba y se tocaba unas milongas ¿se acuerda?
Pero Manu no, no toca milongas. Se enorgullece tocando una música que no entiendo, no sé. Muchos dicen que a la música hay que sentirla, que basta con sentirla, pero yo no creo que sea tan así como dicen. Hay cosas que no entendemos, nosotras, me parece. Lo que toca Manu con sus manos grandes, con las mismas que arranca la yerba mala, yo no lo entiendo. Él por ahí tampoco lo entienda. Pero se divierte, por lo menos. Para colmo siente que puede llegar lejos, tocar en teatros. Nosotras estaremos en la primera fila, claro. Tendremos guantes blancos, y vestidos azules y brillantes y preciosos.
No, nunca lo escuché en vivo, el se graba tocando con el celular y me muestra desde ahí. Para escucharlo en vivo tendría que ir hasta lo de esta señora o comprarme un piano, pero nosotros no podemos comprarnos un piano. Es un lujo, usted sabe. Pensar que vale lo que un auto, con lo que Carlos, que en paz descanse, soñaba uno y nunca lo pudo tener.
Espero que a Manu no le pase como a Carlos, que no se muera sin darse algunos lujos. Después de todo se lo merece. Me lo imagino ahí, agachado y con la pelada al sol, transpirando tanto, canturreando y silbando y arrancando las malas yerbas, rociando a las hormigas de un veneno que no entienden, como yo no entiendo esa música que a él le gusta tanto tocar.
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