LABERINTO
(2007)
En el momento en que se cerró la puerta de la sala de emergencia, escondiendo tras de sí la camilla en que era trasportado el lánguido cuerpo de una niña, ella abrió los ojos y vio un laberinto de luces que se movían en todas direcciones, mientras la camilla mantenía una veloz carrera en medio de muchas voces que gritaban cosas incoherentes. La última luz se detuvo enfrente de sus ojos, que se volvieron a cerrar por efecto del estado de sedacion en que se encontraba. Finalmente estaban en la sala donde sería atendida.
Era la tercera ocasión en que Martha, a sus catorce años, era conducida de emergencia al Hospital en los últimos seis meses, pero a diferencia de las dos anteriores en que había sido llevada por severos estados de desnutrición, esta vez su estado era crítico, pues se había tomado un frasco de pastillas de Diazepan.
Todo comenzó dos años atrás cuando Martha había sido inexplicablemente excluida del grupo de invitadas a la fiesta de cumpleaños de una de sus compañeras de clase. Al principio ella creyó que se había tratado de un olvido involuntario y aunque se sintió mal por no haber sido tomada en cuenta, no le dio mayor importancia al asunto, hasta un día en que notó que el grupo de amigas al que pertenecía, se quedaba en silencio cuando ella se acercaba y habían empezado a ignorarla. Como era un poco tímida, no se atrevió a comentarlo con nadie y no entendía la razón por la cual sus amigas la estaban dejando de lado, hasta que en una ocasión se le escapó un comentario al respecto con su compañera de banca, acerca del malestar que le producía sentirse marginada sin saber por qué y sin comprender en ese momento que la respuesta de la otra niña le cambiaria la vida. Fue una corta frase, dicha sin mala intención, pero que le quedaría retumbando en la mente por mucho días: «Es que a las gordas no las quiere sino la mamá.»
A parir de ese comentario Martha tomó una inflexible decisión: Rebajar de peso.
En realidad ella no era una niña gorda, solo un poco rellenita de carnes, pero estaba dentro del peso normal para su estatura. Se trataba de esa condición que en algún momento reflejan los niños en proceso de crecimiento, que como por arte de magia desaparece cuando se estiran un poquito.
A partir de entonces poco a poco Martha empezó a modificar sus costumbres alimenticias y se auto impuso romper de un solo tajo la relación que toda su vida había mantenido con cualquier clase de dulces, caramelos y chocolates. Simplemente decidió no volver a probarlos nunca más. Los primeros días fueron los más difíciles, pues la tentación era muy grande, pero en poco tiempo se acostumbro a su ausencia.
Todos los días se observaba desnuda en el espejo del baño y empezó a desarrollar una autocrítica inmisericorde contra su propio cuerpo. Se veía desde todos los ángulos y se seguía convenciendo a sí misma de que estaba muy gorda y que tenia que rebajar de peso, para ser aceptada de nuevo en su grupo de amigas.
Pasaron varias semanas y el pesimismo comenzó a hacer presa de ella, pues los resultados que observaba a diario en el espejo, no la satisfacían. Siempre se veía mas gorda a pesar de que mantenía el mismo peso y comprendió que la dieta de dulces no era suficiente para estar tan delgada como quería y que era necesario tomar decisiones más agresivas y se le ocurrió que debía empezar a hacer una dieta selectiva de alimentos. Investigó en el Internet y en la biblioteca del colegio, cuales eran los alimentos que ayudaban a aumentar de peso y pronto suprimió los carbohidratos y las grasas de su alimentación diaria. Al principio su madre se alegró de que hubiera dejado de comer arroz, papas, pan y otros alimentos que no eran tan saludables y sobre todo que los hubiera reemplazado por ensaladas frescas de vegetales y legumbres.
Al cabo de un mes Martha empezó a bajar lentamente de peso y cuando la disminución fue evidente frente al espejo, se sintió muy feliz, aunque estaba convencida de que lo que había rebajado no era suficiente y que ese era solo el principio.
Las conversaciones habituales que mantenía con sus amigas, siempre giraban en torno a la belleza física asociada con la delgadez del cuerpo y la necesidad de mantenerse así.
El haber descubierto esa opción, le ayudó un poco a mejorar su baja autoestima, pues íntimamente creía que era fea pero que el mantenerse delgada le ayudaría a mejorar su apariencia personal y equivocadamente creyó que ese era el camino adecuado para no volver a ser excluida de ninguna parte y se aferró a esa falsa esperanza, sin comprender que estaba entrando en un laberinto del que era muy difícil volver a salir.
Siempre que se observaba en el espejo, era inmisericorde en sus criticas y aunque cada vez estaba más delgada ella se veía más gorda, como si se mirara en esos espejos de feria que distorsionan las imágenes y hacen ver a las personas siempre regordetas y reforzaba en ella esa necesidad que se había vuelto imperiosa de seguir bajando de peso a toda costa.
Cuando su madre se dio cuenta que estaba muy delgada, empezó a preocuparse un poco por su alimentación y se volvieron frecuentes en la mesa comentarios de que debía comer más. Entonces Martha al sentirse presionada, hábilmente empezó a inventar pretextos para no comer junto con sus padres en la mesa, argumentando que tenia mucho trabajo escolar y que lo haría en su cuarto y así poderse deshacer de los alimentos que le servían sin que su madre lo notara, generalmente desechándolos en el inodoro del baño, o diciendo que ya había comido en casa de alguna compañera.
Esos trucos le funcionaron por algún tiempo pero cuando su madre los descubrió, se puso más enérgica respecto a las normas de que todos los miembros de la familia debían comer juntos en la mesa y frente a esa nueva presión, Martha decidió para mantener las apariencias y que su familia la dejara en paz, comer con ellos y después de cada comida ir al baño y meterse los dedos en la boca para provocarse nauseas y vomitar todo lo ingerido.
La mayor parte del tiempo estaba triste y apesadumbrada y difícilmente se le veía sonreír, ya no era ni la sombra de la niña alegre y vivaracha que siempre tenia el comentario oportuno a flor de labios y su nivel académico empezó a bajar.
Cuando finalmente su familia estuvo consciente de lo que Martha estaba haciendo, se empezó a vivir en la casa una época de tensión y silencio, que se prolongó por muchos meses en la que todos sufrían sin decirlo, como si estuvieran pasando por un duelo reciente, pero sin que nadie hubiera muerto
Un día su madre la descubrió accidentalmente vomitando en el baño después de haber comido y en un acto desesperado la llevó a regañadientes a la sala de emergencias del hospital, en donde fue diagnosticada con anemia y severa desnutrición.
Ante el incontenible llanto de su madre, el médico le advirtió que ningún tratamiento sería suficiente para su hija si ésta no decidía voluntariamente volver a comer y le aconsejó que visitara a un siquiatra. Después del segundo suero intravenoso fue dada de alta.
A partir de esa visita a la sala de emergencias, empezó una ardua lucha entre Martha y su madre, la una para tratar de persuadirla de la necesidad de consultar con un siquiatra y la otra por defender con obcecación la tesis de que no estaba loca, que se encontraba perfectamente bien y que no necesitaba ayuda. No había argumentos que la pudieran hacer entender que tenia un problema que requería atención profesional inmediata y en respuesta a esa crisis decidió implementar en secreto un plan de ejercicios diarios, que realizaba temprano en las mañanas y muy tarde en las noches, cuando el resto de la familia aun estaba durmiendo. Pasaron varios meses en esa lucha, sin que su madre la pudiera persuadir de buscar ayuda y cada vez estaba más delgada. Se sometía a largos encierros pues no quería ver a nadie ni que la vieran y sin que sus padres lo supieron dejó de asistir con regularidad al colegio. Cuando faltaba a clases deambulaba sola por las calles, sin rumbo fijo y sin saber hacia donde estaba conduciendo su vida. Su peso llegó a tan solo sesenta y cinco libras y su apariencia personal era la de un esqueleto forrado en piel.
Un día su padre entró a su habitación y la encontró llorando y por primera vez mantuvo con alguien una conversación relacionada con su estado de animo. No se mencionó para nada la dieta ni la comida; solo le habló a su papá de lo mal que se sentía y de su gran infelicidad y este la escuchó en silencio. Le explicó que su propósito simplemente había sido hacer algo para lucir mejor y ser aceptada, convencida de que ello le ayudaría a encontrar la felicidad, pero que cada día se sentía peor y que le causaba un gran remordimiento el sufrimiento que le estaba causando a toda la familia. Cuando terminó de desahogarse, su padre la abrazó con fuerza y le dijo que sin importar nada de lo que pasara, la querían mucho y trató de explicarle que la felicidad era algo muy difícil de encontrar, a pesar de estar al alcance de todas las personas. Le dijo que casi siempre la gente creía erróneamente que la felicidad se podía alcanzar a través de conseguir cosas que no poseían, pero que una vez que las obtenían y se daban cuenta de que no les había proporcionado la felicidad buscada, empezaban a buscar otras y se perdían en un laberinto que en lugar de conducirlos hacia la anhelada felicidad, les trasformaba la vida en un caos, sin darse cuenta que la felicidad no era algo que se pudiera adquirir, sino un afecto con uno mismo que le permitía aceptarse tal y como era con lo mucho o poco que tuviera. Cuando terminó de hablar, le dio un beso en la frente a su hija y salió de la habitación.
Martha siguió llorando y en la confusión de ideas que tenia en su mente, solo brillaba la idea del profundo dolor que les causaba a todas las personas que la rodeaban.
Horas mas tarde, al ver que no salía de su cuarto, su padre regresó para ver que todo estuviera bien y la encontró inerme tendida en el suelo. De inmediato la llevaron de nuevo a la sala de emergencias del hospital y el médico que la atendió les confirmó que había sufrido un desvanecimiento por debilidad. Nuevamente la sometieron a un régimen de rehidratación y cuando estuvo de nuevo lúcida, el doctor le explicó exactamente de lo que sufría y sin muchos preámbulos le aclaró que de seguir en ese estado en poco tiempo podría morir, todo debido a su profundo egoísmo.
Las palabras del médico, lograron mover algún resorte en la mente de Martha y atormentada por todo el sufrimiento que le estaba causando a su familia, tomó la decisión de intentar empezar a comer de nuevo y se lo comunicó a su madre, quien muy feliz le preparó uno de los que eran sus platos favoritos. Cuando estuvo listo se lo llevó a su cuarto y con mucha alegría vio cómo su hija volvía a comer después de tanto tiempo, pero la felicidad se esfumó en unos minutos, pues al tomar el tercer bocado de comida, Martha devolvió el estómago y en un solo impulso vació todo lo que había comido. Entre lagrimas su madre limpió todo y trató de animarla, diciéndole que era por la falta de hábito, pero que la siguiente vez todo iría mejor. Con abnegada paciencia, siguió intentando darle poco a poco de comer pero fue inútil. Su estómago se había reducido de tal manera, que no tenia capacidad para recibir ni un bocado de comida. El vómito era involuntario y el intento de remedio resultó peor que la enfermedad. Cuando estaba a solas, Martha lloraba su desdicha y recordaba las palabras del doctor que de seguir así podría morir y pensó que eso era lo mejor que le podía suceder.
Entró en un profundo estado de depresión y se encerró por varios días en su cuarto, sin querer ver a nadie. No se levantaba de la cama, ni se bañaba; no se pasaba un peine por el cabello, ni se cambiaba de ropa y ni siquiera volvió a usar el cepillo de dientes. Ya no le importaba nada. Era un despojo humano refugiado en la vida de una niña.
En sus reflexiones no encontraba explicación de por qué había pasado todo aquello. Que su intención inicial había sido estar más delgada para ser mejor aceptada y por ende más feliz, pero que todo lo que había intentado hacer, por el contrario la había hecho mucho más infeliz y esos pensamientos retroalimentaban aun más su depresión. Recordaba las frases que su padre le había dicho el día que conversaron, pero aunque sabia que él tenia razón, creía que para ella ya no había opciones.
Angustiada por no encontrar alguna salida, una mañana empezó a buscar en el botiquín del baño y encontró un frasco con dos pastillas de Diazepan, medicamento que su madre utilizaba para dormir, pero al seguir buscando encontró otro frasco nuevo aun sin abrir y con los dos frascos se fue a su cuarto y sin vacilar se tomó una a una todas las pastillas, hasta dejar los dos frascos vacíos. Después de la última pastilla se tomó solo un pequeño sorbo de agua, para evitar la nausea que le podría hacer vomitar las pastillas, luego de lo cual se acostó a dormir hasta que la encontró inconsciente su madre y la condujo por tercera vez a la sala de emergencias.
Cuando despertó se encontraba en la sala de cuidados intensivos, estaba entubada y casi no podía respirar. Su madre estaba a su lado y cuando la vio abrir los ojos, le dijo que no se preocupara, que todo estaba bien, que ya le habían hecho un lavado intestinal y que pronto se recuperaría.
La mente de Martha estaba aun confusa y no recordaba bien todo lo que había ocurrido, solo que había tomado las pastillas y no sabia con certeza si estaba viva o en camino hacia el más allá. Escuchaba la voz de su madre como si estuviera muy lejos y que cada vez se alejara más. Sintió entonces mucho miedo, pero el letargo por el medicamento que aun quedaba en su torrente sanguíneo, hizo que se volviera a quedar dormida.
Estuvo en estado crítico por cuatro días y el quinto día fue llevada a una habitación, donde comenzó un lento proceso de recuperación que trataba por un lado los daños causados por el medicamento en su cuerpo y por otro el elevado estado de debilidad y desnutrición en que se encontraba.
Apoyada por el tratamiento siquiátrico que el hospital le brindó y el fervor con que su familia la acompañó durante todo ese proceso, finalmente aceptó que tenía un problema al que intentaría darle solución. A los veintidós días salió del hospital, recuperada en un alto porcentaje, pero la recuperación total le llevó tres años más. Ese proceso solo pudo iniciarlo después de entender el error tan grave que había cometido, al ingresar en un laberinto sin salida, en busca de la anhelada felicidad. |