Hubo un momento el que los carmesís llegaron a la vida sin aviso previo. Como era de esperar la vida se tornó colosal para los anfitriones de su estadía. Y así sin más, un día cualquiera, tal como llegaron, se fueron.

Pronto la belleza afilada no se hizo esperar y golpeó a la puerta de la estancia vacía de carmesí, y la torpeza y la lujuria del abrazo tierno erró en caricias de colores sin sonido.

Será el destino que el demiurgo traicionero ha deparado para el mortal silencioso.

Mas nuevamente se le vió, sin carmesí y sin belleza iluminada.

Y así deambuló por el erial silencioso y espacioso.

Solo, con su historia a cuestas.